El escándalo que explotó la pelota cubana, con Pavel Otero disfrazado de periodista

Por Alexander García Milián

Cuando empiezo otra vez a teclear, pienso como Romaind Rolland que cualesquiera  sean mis fuerzas, abdicar está prohibido. Y entonces vienen a mí los rostros de siempre, rostros opacos, rostros llenos de frialdad; rostros que parecen ecos profundos que se pierden en el abismo; vuelvo a pensar entonces y me pregunto… ¿Hasta cuándo la burla?

Es que hoy en Cuba, un individuo x, dos, tres, cien, todos pasan un curso de locución, se adentran en el universo deportivo y a los meses lo vemos convertido en un consagrado periodista.

Para ponerse un cartel que diga- periodista- hay que pasar cinco años en una academia, más allá; cuando se termina, la cosa pica y se extiende, pues el verdadero reto empieza al momento de chocar con la cruda realidad que imponen las dinámicas laborales, incluida las competencias.

Las afirmaciones hechas hace unos días en televisión nacional por Pavel Otero, dan el pie forzado una vez más para cercenar – por su parte- el oficio más hermoso del mundo, según afirmo García Márquez, por ello, otra vez estamos aquí.

Según Otero, existe una corrupción marcada entre los entrenadores que atienden las categoría menores en el béisbol; primero fue absoluto en toda su extensión, luego para camuflarse preciso que no eran todos y esgrimió los más burdos ejemplos, como el caso del hombre que quiso desechar a Despaigne; sin tener en justa medida, nada que ver una cosa con la otra.

Al explotar la bomba; venta de trajes, de spikes, de pelotas, un lucro descarnado y total con los padres de los pequeños; al detonar la bomba, Otero trato de redimirse pero el mal estaba hecho.

La cuestión se sobredimensiona porque, solo mostró como pruebas un burdo plano casi cerrado de unas telas en las instalaciones de la Industria Deportiva Cubana; no entrevisto a nadie, a ningún entrenador, no citó ninguna fuente y alegó además que estaba garantizado todo el uniforme para cada una de las categorías en circuito beisbolero cubano.

El periodismo de investigación, ese que busca en los orificios más oscuros el porqué de las cosas, se fue a dormir en esta oportunidad y ya las expresiones de molestia tocan a muchos consagrados entrenadores.

Pero no es hacer leña del árbol caído lo que aquí se pretende, con el tema que Pavel Otero puso sobre la palestra; miren que ejemplos de este tipo sobran, tipos haciendo entrevistas a peloteros y entrenadores con preguntas más que gastadas, cuando el público, el aficionado, como se mire, tiene la última palabra.

Ahora la solución no pasa por ir a la industria deportiva y corroborar; lo idóneo sería palpar en el terreno el trabajo que pasan hombres como el profe Osvaldo en la Ciudad Deportiva, o el ex torpedero de Industriales, Abdel Quintana.

Si por casualidad las cámaras se llegan a las inmediaciones del estadio Bobby Salamanca, en San Miguel del Padrón, allí podrán encontrarse  a glorias del béisbol cubano como Antonio Scull, Jorge Fumero y Juan Padilla; todos en la misma situación… un desamparo casi total.

Estos son solo par de ejemplos, ejemplos concretos, como estos vi otros, allá en Calimete, donde nací; se con total certeza que son la mayoría y me siento pena por estos hombres, ante la falta de insensibilidad de estos señores que se ponen a blasfemar con denuedo sobre ellos.

En el periodismo siempre es ir más allá, en todo, desmenuzar la esencia de los fenómenos y sentar pauta; no por gusto hay un Gay Talese, con esos magistrales perfiles a Joe Luis, Joe di Maggio y Floyd Patterson; como un Martín Caparros con su Boquita o un Guillen Balague con su magistral obra sobre Messi.

Es ahí, en ellos, donde hay que beber una y otra vez, darle paso a la originalidad y desechar todo tipo de mediocridad.

Estimados señores, el tema comienza a prender y dará tela para cortar, sobre el volveremos; pues el periodismo es un sentido de vida y hay que sentirlo por ende  para poder hacerlo…

Nos vemos a la vuelta.

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