De luto el béisbol cubano: Murió uno de los grandes relevistas de la pelota cubana

Por Yasel Porto

El 2021 no para de darnos noticias fatales como mismo aconteció el año anterior, y el mismo día de la culminación de los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020 se oficializó la muerte de uno de los relevistas más destacados que pasó por las Series Nacionales de Cuba.

Se trata del villaclareño Isidro Pérez, según dio a conocer en su perfil de Facebook el comisionado provincial Ramón Moret. Isidro padecía de cáncer hace varios años, situación por la cual todos lo veían recorriendo la ciudad de Santa Clara en un vehículo especial para un mejor desplazamiento. Precisamente con ese medio de transportación se hizo famoso en el estadio Augusto César Sandino, pues muchas veces se encargó de trasladar a los lanzadores desde el bullpen hasta el box.

De 70 años de edad (nació 15 de mayo de 1951), sobresalió durante toda la década del setenta con los míticos equipos Azucareros campeones nacionales en tres oportunidades y luego tendría un rol esencial desde el surgimiento de Villa Clara en 1977-78 y hasta que colgó el guante como atleta activo a finales de los años ochenta. Como también con el plantel de Las Villas en las Series Selectivas surgidas en 1975.

Dueño de un control excepcional y una inteligencia notable para mezclar sus lanzamientos en rompimiento con una recta normal, tuvo varias temporadas en las que resultó el mejor apagafuegos de la pelota cubana. Se podría decir incluso, que fue la figura cimera entre los relevistas después del retiro de Raúl “La Guagua” López y la madurez del también capitalino Euclides Rojas.

“El Bombero de Dobarganes”, como se le conoció popularmente, no integró nunca la selección nacional no por falta de calidad, sino porque las estrategias de aquel tiempo no incluían la presencia en el equipo Cuba de un lanzador relevista natural.

Entre sus múltiples temporadas sobresalientes (lanzó 11 en total), la mejor fue sin dudas la Serie Selectiva de 1977, posiblemente su mejor año, cuando lanzó para 0.90 (6 carreras en 60.1 innings) además de excelente balance de 8-1.

Tras su retiro fungió por varios años como entrenador de pitcheo, especialmente cuando Eduardo Martín estaba al frente de la escuadra villaclareña.

El hijo de Isidro, Michel Pérez tuvo un comienzo favorable en el béisbol cubano, ya que después de ser uno de los principales lanzadores juveniles de Cuba logró abrirse un puesto en la rotación abridora del Villa Clara por algunas temporadas, apuntándose incluso un no hit no run. Las lesiones frustraron definitivamente su desarrollo exitoso y tuvo que retirarse tempranamente sin poder emular con la carrera de su padre desde el punto de vista de durabilidad y trascendencia.

A continuación los dejo con un escrito excelente del periodista villaclareño José Antonio Fulgueiras en el que se refleja una anécdota interesante sobre Isidro.

“A Isidro Pérez lo apodé el Bombero de Dobarganes, porque era el clásico pitcher al que siempre traían cuando el estadio estaba ardiendo y el equipo naranja a punto de ser achicharrado.

Isidro calentaba poco o nada, si acaso dos o tres lanzamientos y decía: «¡Ya estoy en talla!». Al final de su carrera dependía más de su maña que de su velocidad, con bolitas muertas y habilidosas como las que poncharon a Lázaro Junco en el Sandino con las bases llenas. El único contratiempo fue que en la próxima vez al bate el yumurino le dio un batazo sideral y todavía están buscando la pelota.

De él hay una anécdota muy ocurrente. La primera vez en que Isidro fue a pitchear a La Habana, el equipo de Villa Clara se alojó en el Latino para jugar contra Industriales. Llegaron un viernes y como la subserie comenzaba el sábado tenían una noche libre. El Bombero aprovechó para visitar a una familia que tenía por el reparto Mantilla. Preguntó cuál era la guagua que iba hacia ese rumbo y la abordó. Al regreso, frisando las 12 de la noche, observó desde una parada que se acercaba un ómnibus. Miró el cartel que tenía encima del parabrisas y se montó sonriente. En la guagua solo viajaban cuatro o cinco personas. Isidro se acomodó en un asiento cerca de la puerta trasera. Él miraba incesantemente por la ventanilla y se decía: «Nada más que vea las gradas del estadio ahí mismo me bajo, pues no voy a preguntar para no hacer el papel de guajiro». Pero pasaban minutos y minutos, y nada de gradas, ni de estadio. El chofer, un negro de espejuelos y gorra de guagüero, llegó al final del recorrido y, al ver que Isidro no se apeaba, le dijo:

—Oye, compadre, tú no eres Eusebio Leal para andar La Habana. Anda, bájate, esta es la última parada.

—¿La última parada?

—Sí, ya se acabó el paseo. ¿Y para dónde tú ibas?

—Yo, para el estadio.

—Pero esta ruta no pasa por el estadio.

—No me digas, tú crees que yo no sé leer. Mira ahí en el parabrisas como dice clarito: Palatino”.

En la nota de Facebook publicada por Moret, manager campeón de Villa Clara en 2013 y que jugó por mucho tiempo con Isidro, hay múltiples reacciones de aficionados, peloteros y directivos de todo el país, quienes se lamentan por la partida de un hombre que más allá de su estelaridad como lanzador fue valorado de manera muy positiva por sus condiciones personales.

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