Pasión por el juego: Lou Gehrig y Lázaro de la Torre

Por Alexander García

   Pudiera escribirse una enciclopedia sobre las figuras de Lázaro de la Torre y Lou Gehrig; sus historias son esas en las que grandes peloteros llenan libros, periódicos y acrecientan la sabiduría popular. Cada una de ellas con sus matices particulares y su vida propia, trascienden con el paso del tiempo.

   Estimados lectores, el béisbol es parte indisoluble de, al menos, este lado del mundo: desde Estados Unidos y Canadá, hasta el mismo Chile hoy en día se juega buena pelota y las leyendas se empiezan a tejer a ritmo de jonrones y brillantes jugadas.

   En un contexto así, las vidas de hombres espectaculares dentro del diamante toman una importancia vital, ya que sus huellas tienden a motivar e incentivar la pasión por el juego; son hombres plegados a la redondez de una pelota, al olor a madera nueva en un bate o de un guante.

   Con este trabajo pretendo iniciar una serie de homenajes a grandes figuras de las Grandes Ligas y la Serie Nacional; todas ellas unidas por un elemento común: la entrega al béisbol.

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   Hay sueños, sueños que construyen memorias increíbles, sueños de ayer y de hoy, sueños como ideas eternas; son sueños de juventud, de inocencia, sueños que no acaban nunca y es que soñar mantiene viva la ilusión.

   Pudiera empezar por cualquier cosa, pero comencé por los sueños porque dan siempre una sensación renovada de que todo empieza y si a esta idea primera la asociamos con el béisbol, soñar pasa a otra dimensión, más allá del diamante, el juego nos vuelve niños otra vez.

   Hace días, vi una foto imponente de Lou Gehrig rememorando su increíble temporada de 1927, sus más de 40 jonrones y 173 carreras impulsadas. ¡Un verdadero caballo! Y valga la expresión.

   Con la foto, evoqué el olor de un guante, Clinton, para entonces, 1998, presidente de Estados Unidos.

   Las casualidades son así y la curiosidad encumbra a la figura de Lou Gehrig mucho más. Fue símbolo de una generación, un ejemplo para miles.

Líneas cruzadas

   Las sensaciones encontradas aumentan cada segundo con el sonido de las teclas del ordenador, Lou con las piernas y la espalda desecha por su enfermedad sigue jugando, llega su célebre discurso: “Soy el hombre más afortunado de la faz de la tierra”, Ripken la desaparece de línea en el Camden Yark y en Cuba, salvando distancias, dejándonos llevar por el peso de las analogías, Lázaro de la Torre casi le gana el solo un playoff a Pinar del Rio.

   Por su físico, de la Torre no impresiona, tampoco impresiona por tener una recta potente; el hombre parece nada pero saca outs, gana juegos importantes, toma protagonismo cada vez que emergen los miedos y las dudas…

   Las situaciones son diferentes, momentos diferentes, circunstancias diferentes, pero cada caso resalta a figuras unidas por las mismas cualidade: tipos duros, guerreros, hombres del terreno, desde la gorra a los spikes, ahora mismo, tal vez junto al gran Raúl Valdés, tal vez mis grandes referentes en cuanto el amor al juego de béisbol.

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   La máquina del tiempo regresa casi 100 años atrás, Lou Gehrig mira de soslayo a Babe Ruth, ambos se detienen bate en mano, hacen respectivas muecas de desprecio, Gehrig va primero al home, saca varias pelotas del parque, Ruth arrastra el madero, llega con cierto aire de tedio y las saca todas, no se soportan, la rivalidad traspasa el juego, la prensa adora a Ruth, Gehrig empieza a ceder, juega todos los partidos, la energía comienzan a mermar, la de a poco parece romperse pero se impone y sigue.

   Otra vez adelante en el tiempo; en Cuba Lázaro de la Torre es ya leyenda, si corre tantos kilómetros, si entrena los siete días de la semana, mañana y tarde, si se echa a Industriales arriba y gana cuando nadie lo hace; sin hacer ruido es ya un veterano pero sigue lanzando igual, vive los últimos años de existencia de los Metros, parece que gasta todas las balas pero no, el tipo es duro, muy duro.

Anotaciones

   A simple vista, Lou Gehrig y Lázaro de la Torre no tienen que ver; por el paso del tiempo, por los contextos, por la calidad y tantas cosas más que se tornan sutiles; no obstante el béisbol los conecta en todo momento, el béisbol y el corazón puesto al juego, el béisbol y los deseos de dar siempre lo mejor, de dejar los últimos recursos, de estar siempre ahí en el terreno.

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Cuando uno mira sus figuras, todo trasciende más allá de números fríos y la carga simbólica los vuelve a juntar, cada cual en su mundo pero igual, siendo dos grandes guerreros; uno, Gehrig, bendecido con el mérito de la publicidad; por los Yankees, por Nueva York; otro, Lázaro de la Torre, debatiéndose por salir de las fauces del olvido y la desmemoria.

   En momentos así, cuando olvidamos a veces hasta lo que somos, quise recordar a estos dos grandes, una resalta por su propio peso, otro tiene prestigio y decoro para brillar como quiera y donde sea.

   Como reza un viejo refrán- lo que hagas, hazlo con amor- aquí, por ahora, se ha dicho todo.

   Nos vemos a la vuelta.

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