Pelotero cubano rompe el silencio: ‘Nadie sabe el trabajo que estamos pasando’

Por Pablo Pichardo

Mucho se ha hablado en estos días de los grandes problemas que atacan el buen funcionamiento de la serie nacional de béisbol para menores de 23 años. La prensa oficialista de la Isla no ha tenido más remedio que pronunciarse ante el trabajo ineficiente de los directivos de este deporte que tratan, infructuosamente, de tapar los huecos por donde le está entrando un agua turbia y pestilente al deporte nacional; pero las cosas siguen empeorando a medida que avanza el campeonato.

Subseries suspendidas por falta de alojamiento para los peloteros, árbitros que llegan tarde a los partidos, atletas caminando hasta el estadio por ausencia de transportación, falta de bates y pelotas y mucha demora en las recogidas de los peloteros, son algunas de las insatisfacciones con las que tienen que lidiar las futuras estrellas.

Según Tribuna de la Habana, órgano oficial del Partido Comunista en capital, la semana pasada los peloteros de esa provincia tuvieron que espera unas siete horas por el ómnibus que los llevaría hasta la vecina Pinar del Río, tirados a la intemperie en la Ciudad Deportiva sin que ningún directivo les diera la más mínima atención.

Este martes, swingcompleto conversó con uno de los integrantes de la selección azul que prefirió mantenerse en el anonimato mientras esperaba el transporte que la dirección provincial de deportes debería haber asignado para trasladarlo hasta el albergue de Mulgoba, lugar de alojamiento de los atletas.

“Estoy aquí esperando desde las cinco de la tarde y ya son las 8.30 y nada”-Nos confesó sumido en una desesperación que se notaba a simple vista.

“Todos los peloteros están esperando en diferentes puntos y ya no aguantamos más, te puedo enseñar los mensajes que nos hemos estado mandando”-Dice mostrándome su móvil.

Lo cierto es que esto es solo la punta del iceberg. La sensación que tienen los atletas es que el campeonato sub 23 no le interesa a nadie. Es una especie de planta silvestre que crece sin atenciones, con el sol y las aspiraciones de muchos jóvenes y sus familias.

Nuestra fuente nos inunda con problemas y preocupaciones. Habla de la poca comida en el alberge, de los jersey que nunca le dieron y que les exigen con uniformidad, de los spikes que le acaban de dar ya pasada la mitad del campeonato, de la negativa de usar el gimnasio del Latinoamericano, de las interminables esperas y de las largas horas sin ingerir alimentos.

La Comisión Nacional cierra los ojos, hace caso omiso a los reclamos y se justifica con palabras que se enredan unas con otras, se tropiezan, y caen en un oscuro vacío vanagloriándose de mantener con vida el campeonato.

¿Es así como quieren rescatar el deporte nacional en Cuba? ¿Es posible desarrollar a nuestros prospectos jugando bajo el sol infernal de las dos de la tarde con tantas tormentas desatadas en sus cabezas? ¿Se puede lograr así la concentración y una progresión en sus cualidades deportivas?

“Nadie sabe el trabajo que estamos pasando”-Me repite varias veces el atleta.

Muchos se decepcionan y abandonan su carrera deportiva, otros ven como van mermando ante sus ojos las herramientas naturales que tienen para enfrentar el juego, un grupo comienza a pensar en abandonar el país; mientras los más optimistas esperan, sueñan, y confían en los santos milagrosos.

Son las nueve de la noche, el joven decide irse por sus propios medios. Se despide y se marcha en busca del transporte público con un pesado maletín cargado con implementos y ropa deportiva. A esta hora ya el comedor está a punto de cerrar y mañana le espera una larga jornada y un juego a las dos de la tarde bajo el sol infernal de nuestro trópico, mientras las tormentas continúan, épicas e imponentes, sobre su cabeza.

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