Por Boris Luis Cabrera.
24 horas antes del partido semifinal entre las Águilas del Cibao y los alazanes de Granma, escribí estás letras en mi portal deFacebook:
…ahora es cuando «la misma pelicula» se repite vengativa y sádica, ahora es cuando los nuestros amanecen contrariados y se rompen los matrimonios con los aficionados, cuando despierta la prensa, y cuando todos recuerdan a héroes del pasado y a sluggers que se fueron en balsas. Ahora aparecen en escena los juegos cruciales, los que definen podios y campeonatos, y es ahora cuando se derrumban como un castillo de naipes, los engaños de nuestra serie nacional, los discursos de Higinio, nuestra zona de strike, los lanzadores de mente estrecha, la «despiadada ofensiva», la Inmaculada defensa y los directores juiciosos.
Es ahora, cuando otra vez la decepción nos da náuseas y nos asquea la foto amarillenta de nuestro deporte nacional.
Estamos en semifinales, y muchos querrán tirarme una piedra por pesimista y por convertirme en ave de mal agüero, pero conozco de tensiones, de «oficios», de «árbitros vendidos», de nerviosismos, de debacles, de realengos y de desparpajos en el terreno.
Sólo le pido a los santos que no se vayan, que sigan ahí tocando tambores en los oídos de Carlos Martí y soltando el humo de sus tabacos en la banca y sobre la cabeza de nuestros alazanes. Estoy harto de la misma película, la del guión grotesco, la que siempre tiene el mismo final.
¡¡¡ARRIBA CUBA!!!
Sin dudas, los santos y los dioses del béisbol huyeron despavoridos a la trinchera contraria. Ayer, no había estrategia posible, en vano hablaríamos de posibles relevistas, de emergentes salvadores, de veteranos con nervios de acero, de párvulos y de jugadas salvadoras. Nuestro béisbol no es víctima de conspiraciones externas ni de malas desiciones internas en el terreno de juego, es una olla llena de clavos ferrosos que siempre nos explota en la cara, de bases endebles, de pirámides invertidas, de cadenas rotas y de deseos truncos.
Nuestro deporte nacional se ha quedado estático en el pasado, como una foto antigua, y aquellos que mueven sus hilos, desde cómodos asientos, se resisten a aceptarlo.
Los alazanes no podían jamás ganar la serie del Caribe, el destino reserva privilegios para los que verdaderamente respetan a este deporte, y castiga con severidad a los que obvian sus basamentos fundamentales, a los que olvidan su historia, a los que abandonan a su suerte a las glorias deportivas, a los que no creen en salones de la fama, y les importa poco los problemas personales de sus propios deportistas.
No se podrán ganar series del Caribe, ni juegos panamericamos, ni clásicos mundiales ni olimpiadas, hasta que venga un rabo de nube, un torbellino implacable, un terremoto salvaje, que lo arrase todo, y deje bien limpias las bases y los terrenos, para empezar de nuevo, a tono con el mundo en que vivimos.
Saludos amigos