Por Alexander García Milián
Esos rostros en aquel juego contra Republica Dominicana eran los rostros que deja el temporal cuando azota con fuerza. Esos rostros hastiados, los rostros de ayer, de hace diez años, ocho, cinco, rostros añejos, jóvenes, ya ahajados; esos rostros de los peloteros cubanos daban lástima, incluso hoy siento lástima y las sensaciones siguen creciendo, van más allá.
Cualquiera con dos dedos de frente pudo percibir la apatía, la desidia, la mala gana de esos jugadores y no se necesita a Freud o a Jung para saber que el desaliento impera, más cuando la luz estaba ahí, al doblar de la esquina.
Pero son rostros que se multiplican y parecen nacer, renacer, expandirse por todos lados; son rostros de sábados y domingos, de Las Tunas y Villa Clara, de Industriales; son los rostros de la noche que empieza a cubrir todo en el béisbol cubano.
En este contexto hablar de espectáculo suena medio burdo, algo vacío, es como un viejo eslogan o cartel mojado que se pone por delante en un gesto autómata que jamás se entiende.
Para muchos el espectáculo vive y puede que sí, pues la pelota siempre mueve emociones y despierta los sentimientos en el público cubano. Para otros, pensar en béisbol, es algo que deja muy mal sabor, más aún, después de lo sucedido en Lima.
Cuando vemos un Latino lleno a reventar, creemos en la primera variante y entonces me dan pena esos miles que creen aún en el show de la Liga de Béisbol Cubana. A veces pienso que sí vale la pena, en otras ocasiones la realidad me pega un duro piñazo por la cara y ni me entran ganas de encender el televisor.
Pero como dije con anterioridad, somos algo masoquistas y el amor por la pelota nos corre por las venas; seguir sufriendo y padeciendo por el béisbol es parte de nuestras vidas.
No obstante, el espectáculo como nunca antes, hay que revisarlo, cuidarlo, reencontrarlo… por respeto quizás.
Nos vemos a la vuelta.