Por Boris Luis Cabrera
La banda de primera se estremeció bajo un sonido ensordecedor. Orientales y anti-industrialistas, poseídos por demonios beisboleros, se movían en una coreografía perfecta bajo el sonido de la conga santiaguera. El cuero de los tambores criollos retumbaba apoyado por una corneta china mientras una sirena aullaba desesperada anunciando el peligro inminente.
La fanaticada azul enmudecida, “el tintorero” recostado a un pasamano metálico, Orestes Kindelán entrando en la caja de bateo, el empate en tercera, la primera almohadilla desocupada y el marcador 1×0 a favor de los locales; era el paisaje dominante en el estadio Latinoamericano.
José Modesto Darcourt, el “Chiqui”, encaramado en el box, miró para la banca de tercera dominado por una fuerza extraña y quitó la vista con rapidez. Pedro Chávez, el «gago”, desde su trono de director, no lo pensó dos veces y le hizo una seña al receptor con cuatro dedos de su mano zurda bien extendidos en el aire.
Los jugadores azules se movieron inquietos sobre el campo sumidos en un armónico suspiro. “El chiqui”, con las manos en la cintura y el alma caída al nivel de sus spikes, sólo tuvo un segundo para canalizar su frustración y rebelarse ante los fundamentos sagrados que querían esta vez arañarle sus códigos de hombría.
Haciendo movimientos con su cabeza de derecha a izquierda en señal de negación ordenó al receptor que se agachara detrás del plato, pisó la tabla de lanzar y se cubrió la cara con el guante hasta el nivel de los ojos.
“El gago” montó en cólera y gritó una frase entrecortada. Lázaro Vargas, desde la antesala, dio un par de pasos lentos hacia el montículo, el receptor continuó de pie extendiendo su mano derecha pidiendo cuatro bolas malas, y algunos fanáticos comenzaron a levantarse de sus asientos encima del banco de tercera.
“El chiqui” seguía metido de lleno en una huelga inédita moviendo la cabeza. Sacó el pie de la tabla y le dio la espalda al bateador mostrando el imponente número cinco inscrito en su espalda.
La conga santiaguera arreció, la mitad del estadio seguía moviendo las caderas con los ojos en blanco, en la banda de tercera se destapó un murmullo incoherente y “El tintorero» se llevó el silbato a la boca.
Vargas le soltó dos palabrotas, “El chiqui” le devolvió otras, Kindelán se separó del rectángulo de bateo y el director pidió tiempo y salió corriendo a imponer su autoridad.
No hubo concilio, alrededor de la loma de lanzar estalló un debate que se expandió por las gradas. “El chiqui» se aferró a la esférica y se atrincheró detrás de su orgullo. Llegó el árbitro principal a disolver la escena y el “gago”, en medio de la tremenda algarabía, se fue a la banca pidiéndole a Dios que lo matara a palos mientras Vargas regresaba a su posición gritando maldiciones.
El receptor se agachó detrás del plato, Kindelán, el mismo que en ese momento ostentaba la triple corona de bateo, empuñó el aluminio contrariado en posición agresiva. Los tambores santiagueros calentaron más el cuero, la corneta china dejó escapar una nota sostenida y el “tintorero” comenzó a dirigir un coro gigante de fanáticos desbocados. “El chiqui” volvió a pisar la tabla de lanzar y otra vez se tapó la cara con el guante hasta el nivel de los ojos.
El primer lanzamiento era un strike por el centro del home-plate, desafiante y loco, inexplicable y lleno de malas palabras escondidas en las costuras de la pelota. Kindelán titubeó y la dejó pasar, un rugido viajó cientos de metros por las calles fuera del estadio.
El “chiqui” pidió la bola rápido, apenas tomó una bocanada de oxígeno y lanzó otra vez. La bola salió de sus dedos recta sin gran velocidad, no hizo giros, apenas rotó en el aire, pero venía impregnada de coraje.
El latino volvió a estremecerse bajo un estallido apocalíptico en el momento que el líder jonronero conectó una inofensiva rolata por la parte izquierda del cuadro. Vargas aceptó, tiró a primera…y se acabó la entrada.
(12 de abril de 1987 Serranos vs Ciudad Habana)
José Modesto Darcourt (El “chiqui)
Fue el lanzador número 16 en alcanzar las 100 victorias en series nacionales.
Líder en juegos completos en los años 1979 (13) y 1980 (12)
Líder en juegos ganados en la serie de 1982 (12)
Líder en lechadas en la selectiva de 1978 (3) y el serie de 1980 (5)
Máximo ponchador en la selectiva de 1980 (91)
En toda su carrera sólo permitió 2.83 carreras limpias por juego con bate aluminio.
Murió en la Habana el 18 de febrero de 2014, víctima de un cáncer de colón a la edad de 56 años.