Historias no contadas: Lázaro Junco, su jonrón más largo

Por Boris Luis Cabrera Lázaro entró en el estadio Victoria de Girón de Matanzas por la puerta principal. Llevaba unos jeans, un pullover y una gorra desgastada. A pesar de su imponente anatomía de más de seis pies de estatura nadie notó su presencia cuando se fundió con la multitud ansiosa que se aglomeraba en […]

Por Boris Luis Cabrera

Lázaro entró en el estadio Victoria de Girón de Matanzas por la puerta principal. Llevaba unos jeans, un pullover y una gorra desgastada. A pesar de su imponente anatomía de más de seis pies de estatura nadie notó su presencia cuando se fundió con la multitud ansiosa que se aglomeraba en la entrada.

Con la cabeza baja subió por los pasillos y se acomodó como pudo en el primer espacio de las gradas que encontró vació soltando un suspiro nostálgico mientras las gotas de sudor le corrían por su rostro.

Apenas había dormido la noche anterior. Volvió a sentir aquella horrible sensación que tantas veces lo acompañó en su larga carrera deportiva cuando lo dejaban fuera de las selecciones nacionales. Vacío de una a otra costilla había llegado caminando al estadio como un alma en pena movido por inercias beisboleras o por simple curiosidad, ni el mismo lo sabe.

En el terreno, una comitiva de las Grandes Ligas con algunos de sus dirigentes, emigrantes cubanos que regresan, y glorias deportivas de la provincia se aprestaban a comenzar una clínica con niños de categorías infantiles.

La fanaticada estaba eufórica. El momento histórico quedó detenido en el tiempo cuando miles de flashes se dispararon al unísono. Lázaro relajó los músculos de su cuerpo cuando vio a sus alumnos salir de la banca en fila perfecta hacia el home-plate en medio de la algarabía de la multitud.

Sintió vergüenza al distinguir a varios de sus antiguos compañeros en el terreno. Los pensamientos se amontonaron en su mente. Otra vez su nombre fuera de las listas, la injusticia convertida en látigo azotándole en la espalda, el ostracismo y el olvido sobrevolando su cuerpo como un ave de rapiña esperando que se derrumbe para devorarlo.

Lázaro tiró hacia abajo la visera de su gorra desteñida, sonaron las cornetas y su garganta se cerró. El dolor lo inmovilizó al sonido de la sirena que tantas veces le hizo vibrar cuando sacaba una esférica del parque. Cerró los ojos y sintió que su alma se separaba de su cuerpo.

Fue en ese momento que sintió una voz muy cerca, casi un susurro que repitió dos veces la misma pregunta:

-¿Lázaro Junco?

Abrió los ojos, un aficionado lo miró fijamente con el ceño fruncido, petrificado con su descubrimiento.

-¿Qué tú haces aquí?-preguntó sin esperar respuesta.

-Esto no puede ser. ¿Qué hace un tipo con tu historia sentado en las gradas? ¿Cómo es posible que no estés un día como hoy en el terreno?-Siguió diciendo con asombro.

Lázaro no pronunció palabras, no las encontró dentro de su vocabulario, se encogió de hombros mientras una tenue lucecita se prendió en algún rincón del interior de su cuerpo.

El aficionado no se pudo contener, los gritos le salieron del alma hacia la multitud:

-Caballero, ¿ustedes saben quién está aquí? Es Lázaro Junco, el mayor jonronero que tiene esta provincia, el primero que llegó a batear cuatrocientos jonrones en toda Cuba. Mírenlo aquí en las gradas y como hay gente allá abajo con mucho menos historia que este hombre.

El estadio enmudeció, callaron las cornetas y las sirenas. Poco a poco los presentes se fueron parando de sus asientos para ver lo que estaba pasando. Un ángel pasó como un bólido cerca de Lázaro y un viento frio le golpeó en el rostro.

Un coro fue creciendo como una ola retumbando en las paredes intoxicando el oxígeno del aire: ¡¡¡ Junco, Junco¡¡¡.  

Una horda gigante aplaudiendo y Lázaro inmerso en su humildad siguió sentado aferrado a la visera de su gorra desteñida. ¡¡¡ Junco, Junco¡¡¡, era un grito de guerra que invocaba a los dioses justos y hacía temblar a directivos olvidadizos.

La clínica se detuvo, nadie lanzó una pelota más ni se hizo ningún swing al aire. Desde la grama, curiosos y estupefactos, los integrantes de la comitiva de las Grandes Ligas buscaron el motivo de semejante espectáculo.

La fanaticada abrió un espacio delante de Lázaro para que lo vieran, lanzando una alfombra roja imaginaria para que el rey de los jonrones caminara hacia el terreno. Alguien lo convidó a bajar con energía, insistente ante los gritos de la multitud.

Lázaro se levantó y anduvo como en uno de los pasajes bíblicos, pero esta vez el cristo redentor era el pueblo, el que hizo el milagro de la justicia divina y puso a su héroe legendario en el lugar que merece.

Lázaro Junco (5 de septiembre de 1958)

Primer jugador en llegar a 400 jonrones en series nacionales. Líder jonronero en once temporadas de las 18 en que participó. Fue cuatro veces líder en carreras impulsadas.

Mejor jardinero izquierdo en el torneo José A. Huelga de 1982 y en las series nacionales de 1983 y 1988

Líder jonronero e impulsador en el campeonato mundial de 1984

Ganador de la triple corona en el torneo José A. Huelga de 1985.

Jugador más útil y mejor jardinero izquierdo del torneo Meteoro de la confraternidad de 1985.

Tiene la tercera mejor frecuencia histórica de jonrones en nuestras lides (14.27), solo superado por Romelio Martínez (12.84) y Orestes Kindelan (13.32)

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