Por Alexander García Milián
Existe en el panorama judicial una especie de sentencia o frase que casi se vuelve dogma cuando enfatiza poco más, menos, que a relevo de pruebas, confesión de partes. Esto es algo aplicable a muchos aspectos de la vida y el caso del deporte no es excepción.
Cuando vemos ahora la triste realidad que arrojan los deportes colectivos solo viene a la mente una nube gris que opaca todo y ver la luz es algo casi imposible.
El béisbol discutiendo un quinto lugar en esta lid, el vóley de playa sin medallas (4to y 5to lugar), el balonmano, que arrojaba esperanza a todos, es aplastado por Chile en su debut, mostrando una ausencia total de team work; para colmo pensar otra vez que el voleibol femenino no está en Lima, tampoco el baloncesto; señores el asunto es de lágrimas.
¿Qué queda de lo que fuimos?, suena como una fuerte piñazo la pregunta y la tesis del bajón en nuestro sistema deportivo va más allá, pues los hechos afianzan con creces los planteamientos hechos con anterioridad.
Al recordar a Linares y su jonronazo ante Canadá en Winnipeg, a las mujeres derrotando a Brasil en voleibol durante la justa de 2007; al recordar esto, una mezcla de nostalgia y remordimiento me invade como a muchos y quisiera como por arte de magia cambiar las cosas.
Pero el fenómeno es multifactorial y las raíces se palpan en las dinámicas funcionales de nuestro movimiento deportivo que ve como un monstruo de mil cabezas el universo profesional. Esto a pesar de la tenue apertura que se viene desarrollando desde hace varios años, una apertura que no resulta proporcional con métodos y técnicas novedosas, sustentadas en la ciencia, así como con una necesaria masificación.
Para rematar, al momento de escribir este texto, Argentina le ganaba tres sets a cero a Cuba, en el debut del voleibol masculino en los Juegos Panamericanos; en fin, el mal se extiende, parece no acabar, es como una pesadilla que no termina.
Nos vemos a la vuelta.