Por Alexander García Milián
Yo nunca la ví jugar, ni pensaba nacer cuando ella comenzó en el baloncesto allá a mediados de los 70. La primera vez que supe de ella fue por un libro de Enrique Montesinos Delvaty, (Encestes de Furor) en el que se habla de la actuación del baloncesto cubano en todos los torneos. Ella; Leonor Borrell sobresalía como figura en varios departamentos; para muchos especialistas y entendidos del básquet es la mejor de todos los tiempos en la Isla.
La segunda vez que supe de ella fue hace unos días; una foto publicada por el ex director de Metropolitanos, Eulogio Vilanova la mostraba inmensa como siempre la imagine, vestida con un delantal colgando sobre una ropa de trabajo; ¿Cuál trabajo?, dependienta en una tienda de Miami.
Ese es el destino- pensé- cruel destino, sigo pensando; una mujer que tanto le dio a este país, de pie ahí, con su mirada campechana y un porte sencillo ganándose la vida. Creo que en el fondo de sus ojos grandes también, una mirada de frustración emergía como modo de desahogar la tristeza.
Como no sentir melancolía, nostalgia, tantos sentimientos que evocan la perdida de una ilusión; si la mejor- como tantos en otros oficios- tuvo que hacerse de ese empleo en el mercado.
La cuestión del empleo no es la esencia del asunto; un empleo decente tiene igual valor sea como sea y valga la aclaración, pero si dedicas la vida a un deporte es lógico que termines haciendo algo al respecto, tal como sucede en la mayoría de los países.
Una academia, un puesto de entrenadora tan siquiera a nivel colegial; un retiro más que justo; Borrell quizás pensó un día que era posible; allí mientras miraba a la cámara con ese cansancio que la roía seguía pensando en ello.
Por esto la imaginaba en una academia, entrenando, demostrando el talento inmenso que tuvo, como cuentan tantos pero no esos vericuetos de la vida, de esta Cuba que tenemos hace sesenta años la puso ahí, en un trabajo digno como el que más; solo que choca ver a una bronce mundial ( Malasia 1990) terminando así.
Esta historia me recuerda a la del matancero Yadier Hernández; cuando el yumurino se fue del país, todos hablaban,- tenía una casa en Boca de Camarioca-, tenía esto o aquello… ¿Y?; con eso basta seguro… La conclusión de un debate que nació con el tema fue inmensa. Todos coincidimos en que el talento y la maestría hay que premiarlo a como de lugar; quien decida buscar sus futuro en otra parte tiene todo el derecho de hacerlo, más cuando es a costa de la profesión que ejerce.
Esa medalla de oro en los Panamericanos de San Juan en 1979, donde se derroto a Estados Unidos por primera vez en este tipo de torneos. El sexto lugar en el Mundial de la URSS en 1986, luego el ya mencionado bronce en la cita del orbe celebrada en Malasia en 1990. Tanto para hablar de Borrell que los caracteres no me alcanzarían.
Yo la ví solo en fotos, imágenes de sus años como jugadora. En esta que sale con Vilanova estaba ya rosando los 60 y lucía inmensa como la describen muchos, puede que por el tamaño, tengo la certeza que también por su carácter.
El dolor aumenta cuando pienso que una deportista de este nivel quede así, relegada al abandono y entonces me vienen a la mente tantas falsas promesas, los eufemismos que giran alrededor del movimiento deportivo cubano y siento asco.
Más quiero pensar que la historia de Leonor es como esa anécdota que protagoniza Jesse Owen, campeón de todo en atletismo, incluidas las medallas de oro en la mítica olimpiada de 1936; Owen terminó sus días trabajando en un bar de San Francisco como mesero. Las personas que lo veían se asombraban y le preguntaban porque; Jesse respondía: “… estoy aquí porque creo que a las personas buenas le pasan cosas buenas…”, soltaba una leve sonrisa y seguía trabajando.
Las esperanzas, el querer vivir mejor, con nuevas oportunidades es lo que mueve a todo ser humano. Ojala, quiero pensar, Leonor Borrell hallé la senda que pensó encontrar algún día en el baloncesto; ese camino que no terminó porque en su país no pudo ser; ojala y llega el punto para terminar.