Omar Ajete, el béisbol, Pinar del Río y la promesa cumplida

Por Alexander García

   «Seré un estelar como Rogelio», cuentan que dijo Omar Ajete en el instante de entrar al Estadio Capitán San Luis. De hecho comentan que lo dijo bien alto para que todos lo oyeran y con una mirada pícara enfiló los ojos hacia la lomita y luego siguió caminando como si siempre hubiera estado allí, en el templo de los inmortales.

Entonces…

   La toma de cámara lo enfoca de perfil en el box, luce recio, fuerte, tal parece que nunca se ha ido del juego y en cualquier momento la dirección del béisbol en Pinar del Río lo va a llamar pero no, Omar Ajete ya asumió su destino, está retirado y en ese Juego de Veteranos pasa a todos con su recta de casi 88 millas…

   El tiempo regresa atrás y de nuevo estamos en 1983, aquel día en el que Ajete empezaba con el uniforme de Vegueros. “Seré un estelar como Rogelio”, retumba la frase otra vez, la gente lo mira, algunas viran el rostro, otros sonríen con tonos de burla; él hace una mueca medio burlesca también, toma su toalla y va a las duchas.

   Cuenta Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga en su perfil sobre Omar Ajete, recogido en el texto Pinar en la lomita, que después de aquello, el zurdo le calló la boca a todos, pues desde su primera apertura, empezó a eslabonar victoria tras victoria.

   En Cuba entera Ajete era una sensación, así, con sus condiciones no se veía otro zurdo, solo Jorge Luis Valdés pero igual Omar se impone por su talento y atrás quedaron sus momentos iniciales de frustración, cuando con 15 años entro a la EIDE y no bateaba un chícharo a pesar de su corpulencia, hasta que su entrenador Luis Orlando Lugo, lo llevó a la lomita y entonces no volvió a bajar.

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   Estamos en 1992 y en los Juegos Olímpicos de Barcelona, Cuba ve como su juego con Estados Unidos se le pone cuesta arriba, el porte cabizbajo de Orlando Hernández caminando hacia el banco tras ser sustituido lo dice todo pero, en su relevo llega el pinareño Omar Ajete y con ligera parsimonia, sin hacer mucho ruido comienza a lanzar, las aguas van cogiendo de a poco su nivel; al final la escuadra criolla gana el partido, gracias a la actuación de Ajete.

   Su hoja de vida en Olimpiadas comenzó así; Omar Ajete le ganó ese juego a los estadounidenses y también el otro, igual de relevo.

   En Atlanta 1996, también le ganó a Italia y salvó el encuentro ante Nicaragua ya para Sidney 2000 quedó sin decisiones.

   Aunque, es preciso señalar que su huella internacional se remonta a 1987, cuando en los Juegos Panamericanos de Indianápolis hizo de las suyas ante los Estados Unidos, tenía solo 22 años.

   Tal como refiere Goenaga en su escrito, Ajete contaba con unas condiciones envidiables, una recta supersónica, cercana a las 98 millas, una slider sobre las 80 y screwball que en aquellos años era un arma secreta para cualquier pitcher.

   De igual modo, cabe resaltar que sí pasó trabajo para lograr su primer éxito en Series Selectivas, luego tras su primer éxito, hilvanó un record de 14 victorias en estas lides.

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   En la cámara se ve otro rostro, medio alicaído, con acentos de tristeza que trata de opacar con sus sonrisa y sus manías de niño pero igual se imponen; Ajete no entiende todavía como fue obligado a retirarse en 2001. «Me sentía fuerte, sentía que aún podía dar mucho más», ha declarado en varios ocasiones sobre el suceso.

   Todavía las imágenes de aquel día, 30 de noviembre de 2001 están ahí frescas, Ajete lloraba, lloraba a cantaros y la contrariedad se reflejaba en su rostro.

   Después Omar estuvo en Japón, Colombia y Nicaragua; más allá de sus glorias, como reseña Goenaga en su escrito, Ajete prefiere andar por las calles de Pinar y saludar a la gente, así como un tipo sencillo.

   Si algo no olvida el pinareño es aquel jonrón de Javier Lopéz en 1993, durante el histórico juego ante los Senadores de San Juan pero los grandes son así y siempre se exigen más y más, tal vez por ello hasta hace poco, Omar Ajete soñaba con regresar a lanzar otra vez.

   El tiempo vuelve atrás, una vez más hasta aquel día de 1983 cuando entró por primera vez al Capitán San Luis. «Seré un estelar como Rogelio», vuelven a sentirse sus palabras, gritadas como una premonición; hoy casi cuarenta años después la historia lo ha vuelto a poner en su lugar, sí, también como un grande.

   Nos vemos a la vuelta.

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