Por Alexander García Milián
Ya la Serie sub 23 va a entrar en fase de Play Off, va cerrando sus cortinas y lo que deja es una clarinada de lo que pudiéramos ver en la próxima Serie Nacional de Béisbol.
Lo estadios vacíos, los rostros de los peloteros pidiendo a gritos el juego 36; el equipo de Las Tunas tirado en un chiquero allá casi llegando a Holguín, La Habana también esperando horas bajo el sol y el transporte para ir a Pinar llegó cuando le dio la gana a los de siempre.
La competencia empieza con una subserie suspendida entre Holguín y Santiago, por falta de organización, por dejadez, por mala hacer de la Dirección Nacional que se excusa una y mil veces en escuetos comunicados de dos cuartillas donde asumen la responsabilidad por lo ocurrido y punto, nadie queda sancionado, la ropa sucia se lava en casa… ¡Plaff!… la misma bomba.
Hace unos días en la subserie que disputaban La Habana y Pinar del Río en el Latino, los capitalinos solo tenían cuatro cascos para salir a la ofensiva, hubo una ocasión incluso en que el coach de primera base tuvo que dar el suyo al bateador en turno, las bases estaban llenas; la indicación… ¿de quién fue?, del tipo del comisionado que estaba en el terreno.
Con esas cosas, que suceden en televisión nacional a la vista de todos, con eso quien puede esperar que los peloteros salgan a la grama y muestren deseos de agarrar un bate o coger su guante para salir a la defensa; ¿Cómo pedir disciplina?, son cosas que trascienden una y otra vez, cosas de ayer y de hoy que siguen ahí como un tumor y nadie lo extirpa.
A veces pienso que salir a decir esto es batalla perdida, pero pienso en que soy periodista, más allá, que soy un fanático del béisbol y que ver semejantes barbaridades me asquean en dimensiones inconcebibles.
Cuando empiezan a vender a los talentos, cuando la propaganda se pone a difundir que sí, que el futuro está garantizado, todo fluye, pero…
¿El precio?
¿Cuál es el costo de lograr algo?, más cuando vemos que la defensa está por el piso, que el pitcheo no muestra síntoma de mejoría alguna; sale Roberto Hernández por allá, lo lanzan al ruedo como un volcán, lo muestran como la joya más preciada de la corona y me pregunto de nuevo…
¿Él lo es todo?
¿Es realmente el sub 23 un medidor para un hombre que firmó en Grandes Ligas?
Son elementos que incrementan mis dudas, que disipan cualquier atisbo de esperanza y me hacen agradecer cada día que exista el paquete y los juegos de Grandes Ligas… Esto, sin más, es lo que me deja la Serie sub 23 de béisbol.
Nos vemos a la vuelta.