Hace solo unos días, Alfonso Urquiola llegó a 71 años de vida. Siempre sosa, la prensa oficial fue poco más que recatada en la ocasión, como si no quisiera levantar demasiado la figura de un hombre que no tiene de sumiso ni aquiescente.
De todos modos, a Alfonso Urquiola no le hacía falta el homenaje en esa clase de tribunas. El pueblo que lo quiere se encarga de celebrarlo a diario, y en las redes sociales se produjo un estallido de felicitaciones.
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A fin de cuentas, “El rey de las ocurrencias”, como le digo yo, constituye una leyenda de los buenos y viejos tiempos de la pelota nacional y la gente no olvida a sus ídolos. Grande como camarero, enorme como manager, Alfonso Urquiola es un referente insoslayable cuando se habla del béisbol de las Series Nacionales.
Incómodo sí es y eso no gusta en ciertos ambientes. Una vez, justamente conmigo como entrevistador, armó el caos al decir unas cuantas verdades aplastantes. Estaba furioso y arremetió contra todo, desde los mecanismos de trabajo de la comisión de casa, hasta el desenvolvimiento de narradores y comentaristas deportivos.
Con su ingenio guajiro, a unos los calificó de “comepollos”, a otros de “corruptos” o “pend**os”, y sentenció: “Estoy tan decepcionado que no vuelvo a dirigir. Unos hacen lo que les da la gana y otros no lo pueden hacer. (…)Yo digo una cosa: hay que poner a dirigir a la gente que vive para el béisbol y no a los que viven del béisbol”.
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Alfonso Urquiola no dora la píldora
Aquello fue locura. La entrevista se regó como pólvora y hubo quienes pidieron la cabeza del llamado “Relámpago de Bahía Honda” (además de la mía, sabrá Dios con qué argumentos). Sin embargo, el temporal pasó, las aguas regresaron su cauce y en el béisbol cubano las cosas siguieron siendo igual. Como la vida en la canción de Julio Iglesias.
Después de eso, Alfonso Urquiola trabajó en Panamá, cedió el reclamo popular, volvió a dirigir en su terruño y cada vez que hablamos me confirma que es de esa raza que nunca se destiñe. Genio y figura hasta la sepultura, como escribió Cervantes.
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Por eso yo lo tengo en mi selecto grupo de amistades. Una vez dije de él: “Ser más auténtico que Alfonso Urquiola resulta una tarea complicada. Imposible, casi. Se trata de un individuo que no posa ni para Da Vinci, y echa mano de su naturaleza mund*na en todos los escenarios donde está”.
Ojalá que, algún día, en el béisbol cubano comiencen a prohijar a los que viven para él y no de él. Tal vez alguien se dé cuenta entonces de cuánto han desaprovechado a Alfonso Urquiola, ese tipo que me confesó con una naturalidad inimitable que quisiera morirse en un terreno de pelota.
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