Por Álex Fernández Fernández
A inicios de junio los Rangers de Texas tomaron una decisión con Andy Ibáñez. Fue asignado a las menores de la franquicia a pesar de que se encontraba en su segundo año en el máximo rango de la MLB, pero solo bateaba para 216 de promedio ofensivo.
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Su discreto rendimiento y la llegada de dos consagrados a la organización como Marcus Semien (2B) y Corey Seager (SS), le han dejado poco margen al pinero, a quien sólo le queda un camino para volver: descoserla con el bate.
Antes de ver que no ha parado desde entonces en su empeño, un vistazo a las estadísticas del año pasado en MLB: jugó 76 partidos, .277 (253-70), con 15 dobles, dos triples y siete jonrones, además de 25 empujadas y 31 anotadas, con línea ofensiva de .321/.435/.756.
En este mes de julio en las menores sí que se puso serio y rubricó en 65 comparecencias, 22 hits (entre ellos 7 dobles y 3 jonrones). Y a la hora de empujar, pues 13 carreras ha registrado en este periodo.
Su línea ofensiva se burla de la media en Triple AAA: 338/ .362/ .585. Parece un cohete en pleno ascenso.
A sus 29 años y en reciente entrevista con Swing Completo, el jugador reconocía el privilegio que es jugar en la Gran Carpa.
“Sabes esa es la segunda meta cuando sales de Cuba, una es firmar y otra poder jugar en Grandes Ligas, y ambos se me cumplieron. Me sentí privilegiado por ser parte de un equipo de Grandes Ligas, porque muchos quedan en este camino tan difícil y había cumplido mi sueño después de tanto sacrificio y entrega”.
Altas y bajas, lesiones, sorpresas, frustraciones han caracterizado la carrera de Ibáñez en los Estados Unidos. Un infielder al que pocos conocían cuando hizo su debut con Cuba en el Clásico Mundial de 2013.
Así que pocos dudan del empeño y las ganas de Andy. En 2020 reconocía a la revista Play-off:
“Para nadie es un secreto que las condiciones de vida en Cuba no son las mejores, al menos no las que uno quisiera, pero fue lo que nos tocó.
“En cuanto a los entrenamientos, nosotros trabajábamos con lo que teníamos a mano; a veces no había pelotas y los bates teníamos que remendarlos con esparadrapo si se partían. Cuando comparo aquello con las cosas aquí (en Estados Unidos) me doy cuenta de que los peloteros cubanos somos superhéroes porque entrenábamos y salíamos adelante con muy poco, pero creo que cuando uno tiene deseo, cuando uno hace lo que le gusta y tiene amor por el deporte, esas cosas no te chocan tanto”.