El gran Aroldis Chapman acaba de desembarcar en Boston Red Sox y ya la jerarquía del equipo empieza a hacerlo sentir cómodo, tal como le corresponde a un lanzador con 335 juegos salvados en la MLB.
Según ha trascendido, dos de los líderes actuales de la organización, Rafael Devers y Jarren Durán, sacaron a pasear en bote al holguinero para luego entregarse todos a la pesca en algún lago de Florida.
¿Sorprende esa actitud con un recién llegado? Por supuesto que no, siempre y cuando se trate de un tipo que es historia viva de la MLB. Obviamente, ese es el caso del extraclase pelotero Aroldis Chapman.
El zurdo cubano va camino a su décimo sexta temporada en el mejor béisbol del mundo y a su paso ha ido desparramando récords de velocidad y lecciones de fortaleza física. Se dice fácilmente, pero resulta complicado conseguirlo: con 37 años a la espalda, Aroldis Chapman sigue superando la barrera de las cien millas por hora en sus envíos.
Lejos en el tiempo ha quedado aquella imagen del moreno larguirucho y desgarbado que pasaba la mar de trabajo para encontrar el home. Aquel diamante en brut0 que un buen día de 2009 aprovechó un viaje a Rotterdam para tirar el ancla e irse en busca de la MLB.
Para ese entonces, su recta y su control vivían divorciados. Pero como escribí una vez en Cubanet, “lo mandaron al quirófano de los coaches de pitcheo y le metieron bisturí en los movimientos, el agarre de la bola, el release point, el pensamiento sobre el box, y de la cirugía salió un pitcher mejorado a lo largo de sus 193 centímetros de altura”.
Aroldis Chapman, un orgullo cubano
Tanto lo pulieron que su nombre aparece en el Top 20 de rescates de todos los tiempos, muchos lo consideran el mejor cerrador de su mano en la MLB y es un símbolo de la grandeza beisbolera latinoamericana. Uno dice Aroldis Chapman y la gente enseguida piensa en ponches.
Poco a poco, lanzamiento tras lanzamiento, el dos veces campeón de la Serie Mundial ha ido haciéndose espacio en la leyenda. No le pueden quitar la condición de relevista de época, ni ignorarlo a la hora de enumerar a los serpentineros más gloriosos (Luque, Tiant, Cuéllar, Camilo, entre otros) que haya tenido Cuba en el Big Show.
Como mismo lo hicieron inmortales de la talla de Pedro Martínez, Randy Johnson y Bob Gibson, Aroldis Chapman ha sabido marcar su territorio para que los bateadores lo respeten. Es una historia repetida hasta la saciedad: el radar marca tres dígitos, la bola retumba en la mascota y sus contrarios entienden enseguida el significado de la palabra “intimidación”. Ya lo dijo el colosal Bryce Harper: “ante él solo pienso que no quiero m*rir”.
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