Por Pablo Pichardo
Después de las nueve carreras anotadas por los peloteros quisqueyanos en la última entrada para dejar rendidos en el terreno a los cubanos, de tirar piedras al viento y maldecir métodos de entrenamientos y direcciones erradas, unos minutos más tarde de implorar que rueden cabezas y buscar culpables; llega la razón y podemos analizar con la mente fría y el corazón caliente el ridículo show que hemos visto esta tarde de sábado en Lima en la discusión de un triste quinto puesto que en nada iba a mejorar nuestra reputación ante el mundo.
No podía esta película tener un mejor final. Después de un guion absurdo con actores pésimos elegidos en un casting loco, una trama decepcionante con deficiencias en la fotografía y poco alumbrado, y una marcha fúnebre de fondo; el final trepidante y descabellado a lo Tarantino.
No recuerdo la última vez (si es que la hubo) que un equipo cubano quedó desnudo en el terreno, humillado y dejado al campo con ventaja de ocho carreras en la pizarra, a solo un out de recoger los bates y las pelotas. Es un colofón divino para que nuestras plegarias sean escuchadas, un peón sacrificado para organizar un ataque efectivo en el futuro, una luz de esperanza.
Esto no puede quedar impune, este movimiento telúrico tiene que dar resultados aunque nos duela ahora, aunque no tengamos uñas y una mueca grotesca se niegue a abandonar nuestros rostros.
Llego la hora, es el momento perfecto para sacudir la mata, se ha logrado llamar la atención de los dioses del Olimpo, los que cambian y deciden los caminos.
Un sexto lugar panamericano es una bendición divina, estamos hartos de segundos y terceros, de derroches económicos y de malas prácticas, le llegó la hora a alguien, nos urge un cambio de pensamiento, una nueva filosofía, una energía positiva, un aire nuevo, una revolución deportiva que ponga en su lugar a nuestro pasatiempo nacional.
No soportamos más ver como son olvidadas las categorías infantiles, como los directivos miran hacia otro lado cuando los padres de esos muchachos lo financian todo.
Estamos hastiados de desmotivaciones, de terrenos descuidados, de jóvenes prospectos que se pierden, de profesores mal pagados, de técnicos divorciados de los nuevos tiempos, de presiones y de charlas políticas.
No queremos ver más a dirigentes deportivos sentados en las oficinas y a peloteros jugando a pleno sol con innumerables dificultades pesándoles en la espalda.
Basta ya de transportes que nunca llegan, de malas reparticiones de los recursos disponibles, de perezas para generar ganancias, de olvidos y mimetismos.
Que esta dolorosa derrota sirva para algo, que se cambie todo lo que haya que cambiar, sin miedo, con el pecho descubierto. ¿Por dónde empezamos?