Por Alexander García
Todavía seguimos siendo presas de la especulación pero es que desde todos los puntos de vista, siempre, al hacer una pausa, nos damos cuenta que estamos permeados por ello y entonces resulta imposible volver a recordar aquel juego final ante Japón en el primer Clásico Mundial.
Para muchos, sigue siendo la primera gran metida de pata de Higinio Vélez, pues siendo el elegido del momento se las dio de caprichoso y teniendo a varios zurdos para elegir, Adiel Palma, Norberto Gonzalez, Yosvany Pérez, Maikel Folch; como para poner a lanzar dos innings cada uno; así y todo, Vélez subió a la lomita al derecho Ormary Romero.
Aquello sorprendió a todos, hoy sigue sorprendiendo, muchos hablaron de lógica, de que era una jugada lógica y trataron de camuflar el desorden pero desde el primer inning entre la velocidad de los japoneses y par de conexiones claves, Romero explotó. Al final, el resultado no pudo ser otro, cuatro carreras que pesaron como una tonelada de concreto.
Como para pegarle en la cara a Vélez y demostrar lo obvio, en cuanto Adiel Palma subió al box en el Petco Park llegó la calma y de a poco Cuba se metió en el partido.
El gran Frederich Cepeda hizo de las suyas y si ya había lucido un mundo durante el torneo, en ese juego inmortalizó su leyenda hasta lo que es hoy, uno de los mejores peloteros que ha pasado por estos certámenes. En ese entonces, después de su jonrón para poner el partido 6-5, nadie dudaba que los criollos remontarían pero hasta ahí, otra vez los japoneses ripostaron con racimo de cuatro y ya todo estaba escrito, era cuestión de tiempo para decretar la victoria final.
Hoy en verdad, no vale el ponche de Yulieski para cerrar la final, ni tampoco aludir a los fallos del relevo, no, hoy, como nunca, si hay un culpable es Higinio Vélez, pues se podía haber terminado por todo lo alto, con una histórica medalla de oro.
Si el conformismo en aquel entonces, nos hizo creer que con una medalla de plata seguíamos siendo los reyes del universo en materia de pelota, la realidad que siguió después, nos demostró que ahí, en aquella noche de marzo de 2006, todo daría una vuelta de tuerca para el béisbol cubano hasta llegar a la incierta realidad de nuestros días.
Nos vemos a la vuelta.