Una crónica —¡más que merecida!— para Javier Camero

Por Yanio Zulueta

El bate giraba entre sus manos por detrás del casco, mientras el ruido ensordecedor de la afición no paraba de alentar a sus peloteros en el parque Cándido González. En la tarde calurosa de enero de 2020, antes de que el béisbol cambiara y la realidad impuesta se empeñara en ahuyentar a la fanaticada de los parques beisboleros, nació un héroe de playoffs para los Cocodrilos de Matanzas.

Un hijo adoptivo que renació mucho antes de lo que tal vez la afición se imagina: Javier Camero Rodríguez, a quien el narrador-comentarista del extinto equipo Metropolitanos, Iván Alonso, llamaba “el elegante del madero”, emergía como una estrella desde los mundiales juveniles. En 2009, decidió el título a favor de los Metros en la Copa Antillana de Acero y, meses después, debutó en Series Nacionales.

Sobresalir y encontrar una oportunidad como titular le fue difícil, sobre todo porque Camero estaba pasando por un proceso de lesión en su brazo. Años después, cuando desaparecieron los Metros, no hacía el grado con los Azules de Lázaro Vargas y, entonces, buscó un oasis de desarrollo trasladándose hasta Artemisa, incluso cuando su padre adolecía una penosa enfermedad que le apagó el alma.

Y así, pasó un año y otro. Una decepción y más capítulos de superación que, al final, han lucido como páginas gloriosas de un pelotero que se ha entregado siempre al 100%. En 2015, Camero recibió la oportunidad de regresar a Industriales, dirigido por Javier Méndez, su ídolo de la niñez.

Con una serie de altas y bajas, desarrolló un trabajo meritorio que, al final, terminó con un capítulo gris cuando lo sentenciaron en una jugada de double play que tal vez usted recordará: Sonó cañonazo a lo profundo del callejón del right-center y,  en dicha jugada, luego de que pusieran out en home a Jorge Alomá—por cierto, fue la segunda ocasión consecutiva en ese match ante los Tigres de Ciego de Ávila—, Camero salió de la segunda almohadilla y fue puesto fuera tocado por el cátcher Osvaldo Vázquez.

Hasta que el muchacho de playa devoró una increíble línea al leftfield en la noche del retiro de Carlos Tabares, cuando Industriales jugaba el Juego 3 de la serie de semifinales ante los Leñadores de Las Tunas en enero de 2018, de alguna manera la afición aún no había borrado aquel “corring” angustiante.

Al año siguiente, Camero causó baja de los Industriales. Dijo ser incomprendido por compromisos que lo obligaron a salir del país pero, luego, volvió al béisbol cuando los Cocodrilos le dieron una añorada oportunidad. Y ahí, vestido con la camisa “rojiblanca”, el ‘Elegante del madero’, con su número “71”—recordando al Javy Méndez y en la memoria de su padre—, comenzó una historia épica de batazos memorables que aún tiene en play su largometraje.

Sonó, para comenzar, aquel jonrón que levantó la Serie de Comodines de Matanzas contra los Gallos espirituanos, el primer paso para que los Cocodrilos pudieran clasificar a la segunda fase de la pasada 59 Serie Nacional. Y, luego, a partir de ahí, Camero, aunque nunca fue el más mediático de los “sluggers” del manager Armando Ferrer, se destacó como el héroe de postemporada que necesitaban los Cocodrilos: Sacudió par de jonrones (grand slam incluido) y empujó todas las carreras —¡cinco!— en el Juego 1 de la pasada final y, luego de 42 apariciones en home, terminó liderando el team con 11 empujadas.

A ese ritmo, venció lesiones, se ajustó ante la sombría aparición de uno que otro “slump” y, ahora, tras una temporada regular donde empujó 42 carreras en 56 partidos —11 de ellas el empate o la ventaja en los scores de Matanzas—, ha seguido produciendo para su equipo.

Tras debutar en la postemporada, Camero se fue de 4-3 y, como de costumbre, agregó un batacazo de vuelta completa que hizo sucumbir el marcador, quitándoles la ventaja de 3-2 a los Elefantes, para ponerlo 5-3 a favor de los Cocodrilos.

Como todo un caballero, corrió las bases con humildad y, eso sí, cuando llegó al plato celebró haciendo un gesto que simuló la presencia de su pequeño bebé en sus brazos.

Y así, rápidamente, Camero entró entusiasmado a la cueva de los Cocodrilos, donde lo esperaban sus compañeros de equipo para felicitarlo por, una vez más, ganarse el respeto como el pelotero que siempre ha sido: “El Elegante del madero”.

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