Por Alexander García
Cuatro años pasan rápido, volando diría yo. Como un chasquido de dedos o una brisa ligera de un viento raudo; cuatro años pasan rápido, también pasan rápido diez, veinte, treinta. La vida es así y hace cuatro años, en 2016, el béisbol mundial recogía en sus páginas uno de los grandes momentos del deporte de las bolas y los strikes, cuando los Cachorros de Chicago se llevaban la Serie Mundial ante los Indios de Cleveland.
Cuatro años pasan volando y parece que 2016 fue ayer mismo; las imágenes de ese out final, la tensión desbordada en ese extrainning, la decepción de los Indios otra vez cediendo de un modo desconcertante como en 1997. Aroldis Chapman, Joe Maddon, Terry Francona con cara de anonadado, Teo Epstein, muchos héroes. Todo es volátil, el tiempo, la locura, la felicidad, Chapman mira a Jorge Soler, se abrazan, ríen, es Cuba, es el béisbol latino otra vez siendo centro.
Esa era otra maldición, la de la cabra, otra maldición con el otro equipo de Chicago, ya los White Sox en 2005 acababan con el legado de los “medias sucias”, solo faltaba que los Cachorros rompieran el hechizo; todos hablaban de Epstein, de la llegada de Francona, del sistema de granjas, todos comentaban, en un documental de la cadena Fox, se ve como la gerencia fue preparando el terreno desde 2012-2013 para tocar la gloria. Muchos pensaron que sí, en cinco o seis años si ganarían pero no tan rápido.
Aquel instante, cuando Carl Edwards Jr. liquidó la entrada y gritó hacia al cielo hasta enloquecer, aquel instante conmocionó a millones de fanáticos en todo el mundo; pues con la serie debajo, 3-1, pocos soñaban con la remontada, horas antes de ese día, la maldición se antojaba caprichosa y parecía quedarse, pero no.
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Cuando la historia del béisbol se escriba con matices heroicos y recuerdos épicos, hay que buscar la huella de Cuba, pues de un modo u otro algún pelotero de la Isla sondeará el contexto.
Si Jorge Soler era un diamante en bruto que se debía pulir, si estaba un perfil por debajo de Bryant, Schwarber, Addison Russell, Javier Báez y compañía; si Soler se proyectaba en grande y Maddon lo desechaba, si le tocaba mirar desde la banca, si las cosas eran de ese modo, Aroldis Chapman tomaba un segundo aire, buscaba regresar para siempre con los Yankees de Nueva York.
Hace cuatro años, cuando el color azul teñía de rojo a Chicago y a buena parte de los Estados Unidos, cuando Joe Maddon concretaba el sueño, Chapman se convertía en hombre clave, ya el mismo manager en varias entrevistas lo aclaraba: «Tenerlo es un seguro de victoria».
Si en aquel relevo durante el juego siete, con tres carreras de ventaja, Aroldis hubiera asegurado los cuatro outs para ganar, sin dudas el galardón de MVP no hubiera ido a manos de Ben Zobrist; pues a pesar de su mala salida, Chapman había sido el encargado de impulsar la remontada durante aquel juego cinco y su imponente relevo. De igual modo, no se pude olvidar las labores de contención en los juegos dos y seis del playoff.
En 2016, 108 años después de su última Serie Mundial, los Cachorros de Chicago alzaban la corona, rompían la maldición y los fanáticos disfrutábamos de lo lindo aquel suceso.
Cuando en julio de ese año, los Yankees cambian a Chapman a Chicago, por varios prospectos, entre ellos Gleyber Torres; para ese entonces nadie pensaba que unos meses después Aroldis estaría ahí, jugando un rol vital.
Por su parte, Jorge Soler a pesar de quedar relegado a un segundo plano, casi sin ver acción, tomó un segundo aire y cuatro años después, con un nuevo equipo descolla como la estrella que en su día prometió ser.
La historia de ambos empezó en Chicago, Soler se pulió en las granjas de los Cachorros y Chapman, que ya era referente en Cincinnati, se consagró con aquella labor en la Serie Mundial.
Cuatro años atrás, todo se vivía mejor, el béisbol nos colmó de emoción, todos gritamos y Cuba como siempre brilló. ¿Qué más pedir? Nos vemos a la vuelta.