La ausencia de programas históricos en la televisión nacional, la amnesia de muchos directivos y la vorágine diaria en que viven los periodistas deportivos detrás de las noticias de última hora que emanan de los campeonatos nacionales y de otras ligas profesionales donde se desempeñan los cubanos, han condenado muchas veces al ostracismo a nuestras glorias deportivas.
Desenterrarlos del fondo de abismos silenciosos para que las nuevas generaciones se encandilen con la luz con la que un día brillaron estos hombres en los campos de juego, es una misión que tenemos todos los que bebemos a diario de este deporte.
Bajo la premisa de que sin el conocimiento del pasado, el presente será siempre un escenario de arenas movedizas y el futuro un mundo oscuro plagado de incertidumbres y decepciones, desempolvamos hoy la historia de otro de los grandes que han pasado por nuestras Series Nacionales: Eduardo Cárdenas.
Natural de Boyeros en la Habana, fue una de esas promesas habaneras que impactaron al mundo beisbolero en la década de los 80 vistiendo los colores de los guerreros de Metropolitanos y luego, al trasladarse al equipo Industriales, eran desechados ante la presencia allí de otras estrellas o en el mejor de los casos quedaban tirados en una esquina de la banca.
No encontró Cárdenas un hueco en el equipo azul para poder mostrar sus herramientas después de tres temporadas con buena progresión en el segundo equipo de la capital y luego de una campaña donde recibió muy pocas oportunidades, fue enviado a la reserva donde se mantuvo por espacio de dos años esperando una oportunidad que nunca llegaría.
La presencia de Juan Padilla en la segunda almohadilla y de Lázaro Vargas en la esquina caliente, hicieron que el prometedor infielder que bateaba a la zurda se quedara sin opciones mientras sus esperanzas se convertían en un campo marchito y desconsolador.
Fue ahí donde apareció el visionario “Sile” Junco y lo convidó a Matanzas a vestirse como un henequenero, asegurándole un puesto de regular en la tercera base, aprovechando el retiro del estelar Leonardo Goire.
La historia muchos la conocen, Cárdenas emergió de las penumbras y con su efectiva mecánica para golpear pelotas para cualquier banda del terreno, un tacto poco común, la velocidad de sus piernas, un guante segurísimo y una productividad constante; se apoderó del segundo turno en una alineación rebosada de estrellas y ayudó a los yumurinos a conseguir dos coronas consecutivas y un subcampeonato, un hecho histórico para la provincia.
“Llovisnita”, como algunos le apodaban por la cantidad de imparables que producía, participó en total en 19 temporadas (15 de ellas en tierras matanceras) sobrepasando en trece de ellas la marca de 300 de average ofensivo y en una ocasión llegó a promediar para 399, además de conectar en cinco oportunidades más de 100 hits en nuestros clásicos domésticos.
En total logró pegar 2 mil 77 indiscutibles, incluidos 273 dobletes, 23 triples y 28 cuadrangulares; remolcó 640 carreras, se robó 124 bases en 217 intentos, recibió 772 bases por bolas y apenas se ponchó 433 veces (uno cada 15.13 veces oficiales al plato). Su promedio de bateo quedó en 317 y el de fildeo en 952, producto de 263 errores en 5 mil 455 lances.
Coincidir en época con otros grandes de la posición como Omar Linares, Lázaro Vargas, Gabriel Pierre y Miguel Caldés, entre otros, no le permitió al mítico número 46 integrar la selección grande de Cuba para eventos internacionales, quedándose muchas veces en los umbrales de las preselecciones o formando parte de segundos equipos para torneos de menor envergadura.
Sin embargo, nada de eso puede justificar que un grande como él se pierda en el silencio. La huella de Eduardo Cárdenas está ahí, imborrable y fresca y tienen que honrarlo no solo los matanceros, sino todos los cubanos que han hecho del béisbol un modo de vida. Nos vemos en el estadio.