Elio Menéndez nos enseñó a caminar mientras otros intentaron cortarnos las piernas

Por Clemente Correa

   El pasado viernes conocimos la triste noticia del fallecimiento, en La Habana, a la edad de 90 años, del destacado periodista deportivo cubano, Elio Menéndez, una de las figuras excelsas del gremio y uno de sus hijos más ilustres.

   Se inició en el periodismo en el año 1960 como colaborador en la sección deportiva del periódico Hoy. En 1961 comenzó a laborar en el departamento de prensa del INDER, y con posterioridad prestó servicio en los prestigiosos diarios El Mundo, Granma y Juventud Rebelde, este útimo tuvo el honor de contar con su magistral pluma desde 1971 hasta el 2003, año en el que decide retirarse.

   Demostrando su versatilidad y una capacidad innata para comunicar y transmitir conocimientos y vivencias atléticas, se desempeñó en las emisoras, Radio Progreso y Radio Rebelde. Asumió la presidencia del Círculo de Periodista Deportivos de Cuba en el periódo 1992-1996.

   Durante su trayectoria profesional fue merecedor, entre otros lauros, del Premio Nacional de Periodismo José Martí (2003), distinción suprema del periodismo en la Isla, y el Abelardo Raidi (2012), máximo galardón otorgado por la Asociasión Internacional de Prensa Deportiva de América (AIPS América).

   Reconocido por la mayoría por sus extraordinarios conocimientos sobre la historiografía deportiva cubana, y por su manera peculiar de contar historias, Elio, era capaz de rememorar los más trascendentales acontecimientos protagonizados por atletas cubanos, incluso foráneos, de la misma forma en la que describía una anécdota simple o curiosa, utilizando siempre como recurso periodístico, su estilo favorito, la crónica.

   Fue de esos que prefirió sacar a la luz las grandes hazañas de muchos peloteros y boxeadores que estaban condenados al más oscuro olvido, y que tanta gloria proporcionaron a nuestro país.

   Su libro de Kid Chocolate y sus crónicas en las páginas de Juventud Rebelde a Martín Dihigo, José de la Caridad Méndez, Adofo Luque y Miguel Ángel González, entre otros, le devolvieron el orgullo a los cubanos y le enseñaron a muchos, entre los que me incluyo, que en Cuba durante la primera parte del siglo XX existieron grandes figuras en el universo atlético.

   Se dedicó a reverenciar a sus ídolos de la infancia y ponderar a los peloteros cubanos que se desempeñaron en las Ligas Negras de Estados Unidos, los cuales por motivos raciales nunca pudieron jugar en la Grandes Ligas.

   Cuando solo él y Eddy Martín, otro defensor a ultranza del béisbol que se jugó en la Isla antes de las Series Nacionales, alzaban su voz a favor de la rica historia del béisbol cubano en sus inicios, y su posterior desarrollo, el resto del gremio, quizá por desconocimiento o por temor a la reprimenda, nunca fueron capaces de manifestarse, o simplemente encaminar su trabajo en ese sentido.

   Elio fue un hombre sensato, humilde, y que por sobre las cosas nunca traicionó sus ideales, esto le permitió ganarse el respeto de su público; pero por otra parte lo privó de cubrir como reportero unos Juegos Olímpicos, algo inconcebible y que solo pueden explicar aquellos que escogieron el camino de los valientes e incomprendidos.

   Muchos de sus más fieles lectores le agradeceremos eternamente habernos insertado en el maravilloso mundo del béisbol profesional cubano, aunque posteriormente tuviésemos que seguir investigando y estudiando al respecto para descubrir su verdadera impronta.

   Usted nos enseñó a caminar mientras otros intentaron cortarnos las piernas. Por eso, ¡gracias profesor!

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