Por Boris Luis Cabrera con la colaboración de Elidia González
Enriquito hizo un swing fuerte. La bola salió disparada a lo profundo del jardín central, tocó la grama y siguió rodando caprichosa en medio de una algarabía tremenda en las tribunas.
El home plate se abrió de un portazo para que anotara el empate y la carrera de la victoria. Industriales ganaba el campeonato de forma espectacular mientras en las míticas gradas del estadio Latinoamericano ocurría un “terremoto” de grandes dimensiones.
«Aquel momento literalmente no lo disfruté. Me alegré mucho por haberle dado el campeonato a Industriales. Lo vi como una reivindicación con la gente que me quería, con mi familia y no como una cosa heroica», confiesa Enrique Díaz a SwingCompleto a 16 años de aquella noche mágica capitalina.
Quienes vivieron aquel suceso saben lo que significó y todavía hoy se emocionan. Enriquito nos cuenta que «a través de los años cuando veo las imágenes, de verdad que se me eriza la piel y me siento orgulloso de haber dado esa victoria que muchos peloteros de gran valía no tuvieron la posibilidad de dar. Eso siempre es bonito, es lo que más me gusta del béisbol, darles tanta alegría a los aficionados».
Fue un regalo de Dios para un hombre que había consagrado su vida entera a este deporte. Apenas dos años antes, un costoso error suyo en las postrimerías de uno de los juegos de playoff le había privado a su equipo Industriales la posibilidad de discutir el título y lo había hundido a él en la más profunda de las depresiones.
«En aquel momento fue fatal en mi vida. Hasta tuve la cobardía de querer atentar contra mi vida. Eso fue catastrófico y por eso tuve muchos problemas. Eso hizo mella en mi familia y en mis hijos y fue una carga que tuve que llevar dos años. Fue muy duro. Ya después al pasar el tiempo me di cuenta que eso fue una enseñanza. Para mí el béisbol era la vida, era todo y no tenía más nada que hacer», confiesa.
Con cierta tristeza en sus palabras recuerda cómo cargó con esa culpa. «Hay fanáticos buenos y malos. El bueno es el que te critica pero te alienta después que cometes el error. El malo lo hace sin piedad; pero están también esos malos, malos que se juegan su dinero y por eso son capaces de ofender como lo hicieron con mi padre o de hacer cosas peores. Eso fue una amarga experiencia. Pero gracias a Dios tuve la oportunidad de reivindicarme y estoy agradecido de la vida», asegura.
Ha pasado el tiempo, ahora “la bala de Centro Habana” o “el hombre récord de la pelota cubana” como también suelen llamarlo, es un hombre que vive orgulloso de su carrera y de la huella que dejó su paso por 26 campañas nacionales.
No es para menos. Ejemplo de constancia y entrega, no solo es el jugador de posición que más Series Nacionales tiene en su currículo. Su hoja de servicios está llena de récords y algunos de ellos demorarán muchos años en romperse.
Nadie en las 59 ediciones de nuestros campeonatos de casa ha podido acumular más imparables (2 mil 378), ni más anotadas (mil 638), ni más triples (99), ni ha jugado más juegos que él (2 mil 184), ni tampoco se ha podido robar más bases (726).
Algunos pseudo-analistas atribuyen sus lideratos históricos a la cantidad de años que se mantuvo dentro de los terrenos de juego, pero pocos peloteros pueden darse el lujo de conectar más de 100 indiscutibles en ocho Series Nacionales, liderar los triples en tres ocasiones y llevarse once veces el trofeo al máximo estafador del campeonato, además de intervenir en mil 550 jugadas de doble matanza defendiendo la segunda base.
«El hecho de jugar durante 26 años es cuestión de suerte y temperamento, las dos cosas. Primero porque nunca tuve lesiones graves que afectaron a mi carrera deportiva. Me gustaba entrenar pero tampoco era uno de esos fervientes amantes del entrenamiento. Hacía las cosas normales pero no mucho más allá», nos dice con humildad.
La velocidad que Enriquito le imprimía a sus piernas le permitió ganar muchas bases extras durante su larga carrera. Fue un robador por excelencia en una época donde en Cuba había muchos lanzadores y receptores de calidad. Su porciento de éxito en estafas de 72.28 en poco más de mil intentos lo dice todo.
«Para ser un buen robador lo primero es ser un corredor rápido, esa por supuesto es la primera característica. Después de eso la técnica de cogerle el tiempo a los lanzadores y conocer sus movimientos. Aunque siempre se le anota al receptor, casi siempre se le roba al pítcher, eso depende mucho de sus movimientos», asegura.
Pero continúa diciéndonos que «yo hacía un análisis de cada lanzador y de cada movimiento y así salía a robar. A mí me gustaba mucho, siempre lo vi como una de las cualidades necesarias dentro de la ofensiva».
Sin embargo, contrario a lo que muchos piensan y a pesar de sus habilidades, no era muy amigo del toque de bola:
«También fui tocador de bolas pero no me gustaba hacerlo, era solo algo que tenía que hacer. Yo era bateador del right field y los terceras bases me jugaban muy corto, entonces se me dificultaba un poco la acción ofensiva del toque. Por otro lado a los tocadores de bola y a los robadores de bases no los llevaban a los equipos Cuba».
La gran deuda que dejó este hombre tres veces campeón nacional con sus Industriales, fue precisamente esa: integrar la selección nacional.
Apenas una vez y para un tope amistoso (con los Orioles de Baltimore en 1999), Enriquito fue llamado para integrar las filas de la principal escuadra cubana, algo que pudiera parecer increíble para las nuevas generaciones al ver su vitrina llena de récords y escuchar sus hazañas sobre el terreno de juego.
«Siempre he dicho que formo parte de una lista grande de peloteros que no fueron tomados en cuenta para los equipos Cuba. Es doloroso porque es la cúspide, es la máxima aspiración de un beisbolista. Pero yo amaba tanto al béisbol, lo amo tanto, que lo importante para mí era jugarlo. Yo salía de una Serie Selectiva e iba a jugar la provincial con la misma fe, el mismo interés y los mismos deseos con los que jugaba en la Serie Nacional. Sin condiciones, con miles de problemas, pero nada de eso importaba», dice con orgullo.
Dos colores definieron la vida de este gran pelotero que jugó 19 temporadas con los guerreros de Metropolitanos y 7 con los Leones de Industriales, siempre defendiendo la intermedia y ubicado como hombre proa en las alineaciones.
«El rojo significó para mí el comienzo, la entrega y la dedicación. Con el azul pude demostrar mi valía como pelotero. Con los dos pude demostrarlo. Ahí está la camisa de dos colores», asegura.
Ahora reside en Estados Unidos e imparte sus conocimientos en una academia de béisbol, pero muchos aficionados no pierden las esperanzas de verlo dirigiendo en un futuro a sus queridos Leones.
«Eso de ser director siempre fue mi interés y mi motivación. Muchas veces dirigía en la provincial con Centro Habana con José Luis Bos, mi padre, el que me descubrió en el béisbol. Con Rey Vicente Anglada también, él me daba la oportunidad de consultar muchas cosas, eso mucha gente no lo sabe. Él tenía en cuenta mi decisión y a veces conferenciaba conmigo antes de los partidos. Ser director siempre fue mi meta».
Aun desde la distancia a Enriquito Díaz le seguirá doliendo el béisbol cubano y continuará vibrando de emoción con algunos de sus logros en escenarios internacionales, porque es un cubano de pura raza y lleva este deporte arraigado en sus órganos. Para terminar la conversación le solicitamos algunos consejos necesarios para que resurja otra vez nuestro deporte nacional después de tantas batallas perdidas y esto fueron sus palabras:
«Les daría consejos si realmente estuviera allí con ustedes. Conozco al nuevo comisionado, es un ferviente amante al beisbol. Cuando estuvo en la Isla le dio mucho apoyo a este deporte. Por lo menos esa idea es buena, pero los que realmente tienen que arreglar eso son los que están allí y se enfrentan cada día a los problemas diarios que pasan. Creo que hay muchas personas capaces que pueden hacer que el béisbol resurja».