Por Boris Luis Cabrera
Después de múltiples plegarias, de oraciones desesperadas y de reclamos, llegaron los dioses azules esta tarde de lunes al estadio Latinoamericano a poner orden en el terreno de juego y diseminar en el aire saturado de pesimismos, la estirpe y la garra perdida de los peloteros capitalinos, para borrar increíbles ventajas en el marcador.
Demoraron, esperaron a depurar los graderíos de esa masa incrédula que no soporta derrotas, dejaron que los Vegueros fumaran a su antojo durante más de tres horas de choque, que torcieran a mano sus alegrías mientras los lectores de tabaquería les leían historias de épicas victorias y de Leones muertos en la arena de ciertos coliseos.
Entraron por la puerta del estadio en el mismo momento que el legendario cargabates Enrique Pacheco empezaba a apilar los bates en una esquina y a guardar las pelotas en un saco viejo. Justo en el instante donde los anotadores oficiales comenzaban a sumar los numeritos finales del partido y unos pocos fieles dispersos por las gradas soñaban con Quijotes que arremeten contra molinos de vientos.
Sabían que ese juego valía un campeonato, que a la etapa clasificatoria no le queda mucho y que está muy estrujada la tabla de posiciones. Entonces…ocurrió el milagro.
Fue una motivación que entró en el cuerpo de todos como el espíritu de un muerto. Se combinaron en pocos minutos sencillos de Lisbán Correa y de Roberto Loredo con una base por bolas a Andrés Hernández para congestionar los ángulos, imparable del emergente Osmel Cordero, doblete inspirador de Dayron Blanco y un boleto gratis a Stayler Hernández para volver a llenar las almohadas.
Sonaron las alarmas e Isbel Hernández, el apagafuegos por excelencia de los pativerdes se hizo cargo del montículo mientras la pizarra reflejaba ahora un cómodo 8-4 a favor de los visitantes.
Imagino que los dioses azules no confiaron más en algoritmos aleatorios ni dejaron el partido en manos del destino cuando una sucesión de acciones increíbles se desencadenaron sobre la arcilla ante la mirada atónita de todos los presentes.
Una no muy clara interferencia decretada a favor de Yosvani Peñalver exaltó los ánimos, provocó la expulsión del mentor Alfonso Urquiola y ahí mismo esa magia inexplicable que siempre lo acompaña se fue con él a los camerinos dejando indefensa a su aguerrida tropa.
Con dos outs amenazando como una espada afilada sobre las cabezas de los industrialistas, Correa y el emergente Wilfredo Aroche fueron boleados intencionalmente después de un lanzamiento salvaje que puso el marcador 8-7 y la escena quedó lista para que “El torito” Barcelán, también empuñando como emergente, se llenara de gloria disparando el cañonazo remolcador de dos carreras que dejó tendidos en el terreno a los Vegueros, totalmente desconcertados ante las últimas acciones del partido.
Con esta victoria, además de conseguir Industriales otra vez el dominio histórico ante los pinareños (113-112), mantiene vivas las esperanzas de clasificación colocándose a solo media rayita de la zona de comodín. Este martes se inclinara la balanza de la serie particular hacia uno de los dos bandos. Apoyemos a los nuestros.
Nos vemos en el estadio.