El día que el “Curro” Pérez inmortalizó su nombre

Por Boris Luis Cabrera    Gaspar “El Curro” Pérez tenía tres de las nueve victorias que había obtenido la invicta selección cubana en aquel Campeonato Mundial de 1969. Se había convertido durante todo el torneo en el “caballo de batalla” del joven director Servio Borges y ahora en la final se lamentaba en la banca […]

Por Boris Luis Cabrera

   Gaspar “El Curro” Pérez tenía tres de las nueve victorias que había obtenido la invicta selección cubana en aquel Campeonato Mundial de 1969. Se había convertido durante todo el torneo en el “caballo de batalla” del joven director Servio Borges y ahora en la final se lamentaba en la banca por estar fuera de rotación.

   Había llegado el momento de la discusión de la medalla de oro contra los norteamericanos, quienes reaparecían en este tipo de eventos después de más de 25 años de ausencia y al igual que los antillanos habían arrasado con sus adversarios.

   Justo en la mitad del choque, los “gringos” dominaban en la pizarra por la mínima al anotarle una vez a Roberto “El Jabao” Valdés, quien ya había sido sustituido por el estelar Santiago “Changa” Mederos.

   El Curro estaba incómodo; el insoportable calor de Quisqueya le quemaba la piel y esa inactividad le estaba carcomiendo los huesos. El zurdo Larry Osborne continuaba dominando a su antojo a los cubanos mientras un silencio en los graderíos demostraba simpatía por los antillanos.

   Servio no titubeó en sustituir a Changa cuando le tocaba consumir su turno al bate y dio dos órdenes rápidas señalando a direcciones opuestas: “Telemaco coge el bate tú, Curro calienta que esta candela es tuya”.

   El matancero salió como un bólido para el bullpen a tirar pelotas. En su mente aún estaba caliente el recuerdo del relevo que hizo en la final de los Juegos Centroamericanos de San Juan para darle la victoria a Cuba contra los anfitriones boricuas, cuando a pesar de salirle una ampolla en uno de sus dedos, se mantuvo en el box más de siete entradas para completar la hazaña.

   Se fue el quinto episodio para los cubanos con otro cero más en la pizarra. Aquel lanzador letal de la “mano equivocada” a esas alturas acumulaba diez ponches propinados mientras su tropa, relajada y confiada, comenzaba a acariciar pensamientos donde levantaban el trofeo de campeones.

   El Curro se encaramó en la lomita y aceptó el duelo. Según declaró tiempo después se sintió como si estuviera lanzando en su “Palmar de Junco”. Guapo, tranquilo, intimidante y soberbio; realizó un trabajo de contención, motivado por las algarabías de las tribunas cada vez que retiraba a uno de sus adversarios.

   Llegó el octavo capítulo y la carrera de ventaja iba pesando varias toneladas dentro del campo de juego, cuando el enmascarado Lázaro Pérez disparó un cañonazo a la banda derecha y se ancló en la primera almohadilla, para despertar las pasiones de miles de aficionados.

   Servio, tajante y olvidándose de esquemas y libritos beisboleros, mandó a sacrificarse a Rodolfo Puente para buscar el empate a pesar de ser visitador en el encuentro.

   Salió el Curro caminando hacia la caja de bateo con hombre en posición anotadora en medio del ruido de la multitud. A paso lento, sin mirar atrás, temeroso que lo llamaran en cualquier momento para sustituirlo por un bateador emergente, continuó su rumbo con el madero a cuestas.

   En la banca, Agustín Marquetti, líder jonronero del campeonato nacional comenzó a estirar los músculos. Miles de aficionados en Cuba pegados a sus radios-receptores pensaron al unísono en el capitalino del estilo perfecto y la fuerza descomunal para este momento del partido, pero Servio, en un acto temerario, se mantuvo inmutable y a golpe de instinto dejó que su lanzador estrella consumiera su turno al bate.

   “Yo no era un mal bateador. En los entrenamientos previos a esos eventos internacionales me sacaban con frecuencia frente a lanzadores de calidad. En ese Mundial conecté seis imparables en 11 turnos. No fue casualidad, había confianza en mí”, declaró el “Curro” años más tarde en una entrevista.

   Así fue. Luego de varios fouls que le imprimieron un toque dramático a la escena, el Curro sacó una potente línea por encima de la cabeza del torpedero que trajo el empate a casa, desatando una locura colectiva en las gradas y en todo el archipiélago, mientras la voz del legendario Bobby Salamanca se ahogaba narrando el histórico momento.

   La ventaja llegó en minutos. Un Servio Borges en franca rebeldía con los estatutos beisboleros volvió a ordenar un sacrificio, esta vez al pimentoso Félix Isasi, y otro yumurino de estirpe de nombre Rigoberto Rosique conectó imparable al derecho para remolcar la carrera que le dio un vuelco al marcador.

   Gaspar “El Curro” Pérez ya era imbatible en el box, ya nada pudo detener su ímpetu ni cambiar el curso del destino. Cerró el noveno acto de esta función no apta para cardiacos recetando dos ponches espectaculares para convertirse en el “Héroe de Quisqueya”. ¡Cuba campeón mundial!