Lázaro Junco, el pelotero más SUBESTIMADO de Cuba

Antes de que Orestes Kindelán se convirtiera en recordista de jonrones del béisbol cubano, Lázaro Junco ya había escrito una historia fulgurante.

Lázaro Junco en sus tiempos activos

Probablemente la pelota cubana no ha tenido una estrella más maltratada que Lázaro Junco, aquel matancero serio como Buster Keaton que se cansó de firmar bambinazos en las Series Nacionales.

Nadie llegó primero que él a 400 conexiones por encima de las cercas. Tenía un poder descomunal, y supo combinarlo con la habilidad para robar más de 100 bases y una disciplina de monje tibetano.

Su nombre sobresalía en unos Henequeneros llenos de talento (José Estrada, Fernando Sánchez, Julio Germán Fernández, Juan Manrique, Jorge Luis Valdés…) que llegaron a gastarse el alarde de conquistar dos campeonatos sucesivos. Sin embargo, el equipo Cuba le era esquivo.

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Sabrá Dios por qué, pero Lázaro Junco no era del agrado de los mandamases del béisbol insular. Con la camiseta de las cuatro letras apenas le recuerdo una aparición fugaz en los Centroamericanos de 1982, y otra más en el Mundial de dos años más tarde, cuando salió como emergente por Antonio Muñoz e hizo lo suyo. O sea, dio un cuadrangular.

Ignorado hasta la saciedad, optó por no rendirse. De alguna manera logró impedir que la injusticia le afectara el rendimiento, y se trazó como meta principal el arribo a los 500 vuelacercas. Sorpresivamente, a comienzos de los noventa le informaron que debía retirarse: solo tenía 33 años y en su última temporada había largado 23 jonrones, con 80 impulsadas y average de .323.

Increíble. Cuando indagó el porqué de aquella decisión, le dijeron que de cara al ciclo olímpico se estaba jubilando a los jugadores veteranos. Nada podía hacer, toda vez que no había ningún lugar donde quejarse. Así que, contra su voluntad, le dijo adiós al sueño de alcanzar el número redondo.

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La gente no olvidó a Lázaro Junco

Sintió un dolor tan hondo como el que dejan las peores pérdidas, y lo veló con rabia y frustración. Pero la vida acostumbra a dar desquites, y casi un cuarto de siglo más tarde le llegó la oportunidad de redimirse.

Fue en 2015, en medio del fallido acercamiento entre la MLB y la Federación Cubana. Varios big leaguers habían venido a la Isla en plan de embajadores, y una de las actividades del programa consistió en una clínica para niños en el estadio “Victoria de Girón” de Matanzas.

Ferozmente, los directivos del béisbol nacional volvieron a omitir al jonronero de casa. Junto a los visitantes (Clayton Kershaw, Miguel Cabrera, Nelson Cruz, Yasiel Puig, José Abreu…) bajaron al terreno viejas glorias como Pedro Medina, Rodolfo Puente, Félix Isasi y Rigoberto Rosique. ¿Y Lázaro Junco? Allí, en las gradas, viendo cómo la historia del ninguneo se repetía.

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Pero esta vez fue diferente. Hubo alguien que alertó al graderío de lo que estaba sucediendo, y el público se puso de pie para corear “Junco, Junco”, conminándolo a presentarse en el terreno, como correspondía.

Él, más serio que nunca, bajó las escaleras y entró al diamante que le vio rubricar tanta proeza. Joe Torre y Dave Winfield, dos leyendas, le obsequiaron una camisa de la MLB, conversaron un poco y después se le vio enfilar hacia el jardín izquierdo junto a Cabrera y Puig para ofrecer consejos sobre el arte del bateo a los muchachos.

La gente lo aplaudía, y en una de esas hubo una voz que le gritó: “Lázaro Junco, quisieron destruirte y tú te robaste el show”.

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Lázaro Junco en sus tiempos activos
Antes de que Orestes Kindelán se convirtiera en recordista de jonrones del béisbol cubano, Lázaro Junco ya había escrito una historia fulgurante.