Matanzas a la carga: ¿La maldición de Sile Junco llega a su fin?

Por Pablo Pichardo La historia comenzó a principio de los años 90 cuando uno de esos cuadros (con camisa de cuadros, bigote y tres bolígrafos en el bolsillo) ordenó la sustitución de Gerardo «Sile» Junco al mando del equipo Henequeneros, flamante bicampeón nacional de béisbol en representación de la provincia de Matanzas, una de las […]

Por Pablo Pichardo

La historia comenzó a principio de los años 90 cuando uno de esos cuadros (con camisa de cuadros, bigote y tres bolígrafos en el bolsillo) ordenó la sustitución de Gerardo «Sile» Junco al mando del equipo Henequeneros, flamante bicampeón nacional de béisbol en representación de la provincia de Matanzas, una de las cunas de este deporte en la isla y productora incansable de estrellas y leyendas a ese pasatiempo nacional.

Cuentan algunos testigos que el viejo «Sile» montó en cólera mientras recogía sus chelines y con su voz ronca lanzó una maldición a los cuatro vientos: «Sin mí, no volverán a ganar ni en cincuenta años»

Sus palabras se mantuvieron vivas una fracción de segundo en el eco del estadio Victoria de Girón y murieron en la arcilla sin llegar siquiera a la línea de cal que delimita el terreno de juego.

Han pasado más de 25 años desde aquel trágico día en la historia de la pelota yumurina y a pesar de contar muchas veces con escuadras poderosas y favoritas al trono, todas han quedado en el camino o han sido aniquiladas en las mismas puertas de la gloria, muchas veces por factores inexplicables o por casualidades increíbles.

No han podido a lo largo de estos años ni la mística de directores como Alfonso Urquiola ni Víctor Mesa con su empuje mediático en pacto con las deidades africanas.No fueron suficientes líderes jonroneros ni maquinarias que hicieron añicos récords de victorias para etapas clasificatorias.

No pudieron legionarios de otras tierras ni la bendición y el apoyo de las grandes mayorías.Mientras tanto, el viejo «Sile», olvidado en un rincón de su amado Limonar, se sigue riendo por dentro, asombrado quizás por el poder potente que tienen las maldiciones de las glorias deportivas.

En esta temporada que se avecina, uno de sus mariscales de campo, tal vez uno de los pocos testigos de aquellas proféticas palabras, ha tomado el mando y otra vez un aire cálido de esperanza le ha dado en la cara a los aficionados matanceros.

Armando Ferrer le ha abierto las puertas a «Montescos y Capuletos», a renegados y a cuanto pelotero cree que puede servirle para revertir destinos.

Esperar veinticinco años más para que Matanzas se lleve un campeonato parece una broma macabra.

¿Traerá éste soldado del béisbol un conjunro capaz de desatar esas fuerzas poderosas?

Viene con un mensaje nuevo y con la bendición del más grande director que haya tenido un equipo de esa provincia?

Esperaremos las respuestas.

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