El mejor juego de veteranos de todos los tiempos (2008)

Por Boris Luis Cabrera

Los aficionados al béisbol nunca olvidarán aquella tarde del sábado 2 de febrero de 2008. Muchas emociones se habían vivido en apenas unas horas en un Guilermón Moncada abarrotado con más de 20 mil almas, desde que un Yuliesky Gurriel con apenas 23 años había dominado el derby de jonrones previo al juego de los veteranos, ante figuras de calibre como Joan Carlos Pedroso y Alexei Bell, para abrir la jornada vespertina.

Por otro lado, la competencia de bambinazos entre las glorias deportivas se había robado el show, cuando el espectacular Víctor Mesa, a solo unos días de cumplir 51 años, se quedaba con el trofeo sacando una poderosa línea que se llevó las cercas del jardín izquierdo.

Un lujo del cual no podrán presumir jamás las nuevas generaciones que aman este deporte, fue también ver lanzar la primera bola de aquel desafío histórico al gran Aquino Abreu, único lanzador en el mundo en propinar dos “no hit no run” de forma consecutiva y volver a deleitarse con un swing de Pedro Chávez desde la caja de bateo-uno de los mejores bateadores en las primeras Series Nacionales-para dejar inaugurado el encuentro.

Fue la última vez que vimos en trincheras opuestas abriendo un partido a los mejores lanzadores de ambas manos que han pasado por estos torneos: El diestro Braudilio Vinent, con 60 años y 221 victorias en estos campeonatos y el zurdo Jorge Luis “Tati” Valdés con casi 47 febreros y 234 éxitos, uno de los lujos de ese partido de veteranos.

Hubiera sido suficiente estos privilegios para tatuar esos momentos en la memoria de todos, si le agregamos además la presencia en ese partido del mítico Agustín Marquetti, autor del bambinazo más famoso de nuestros campeonatos de casa para decidir a favor de los Industriales aquella famosa serie de 1986 contra los temibles Vegueros; y del “Gamo de Jovellanos” Wilfredo Sánchez, primero en arribar a la marca de mil y dos mil indiscutibles en torneos domésticos.

Pero la tarde era mágica y tendría escondida entre los laberintos del juego, una sorpresa que vendría a barnizar el espectáculo único que se estaba desarrollando sobre la grama.

Los equipos de Occidentales y Orientales habían llegado al último capítulo (juego de veteranos pactado a cinco) con un abrazo en el marcador a siete carreras, en lo que parecía un colofón perfecto para una jornada de encuentros y resurgimientos de viejas pasiones y recuerdos.

Apenas faltaba un out para el final pero los anfitriones habían logrado congestionar las almohadillas frente al otrora estelar serpentinero capitalino Lázaro de la Torre, otro de los integrantes del selecto grupo de seis que habían logrado más de 200 victorias en Series Nacionales.

Con 50 años cumplidos, este corajudo lanzador aun le imprimía dinamita a sus envíos y mostraba una vitalidad envidiable encima de la lomita que se mantiene hasta nuestros días.

Cuando salió de la cueva con el madero en la mano el “Capitán de capitanes” Antonio Pacheco, enloquecieron los graderíos. El santiaguero no solo había sido un ídolo en su tierra como jugador activo al convertirse en la mejor segunda base sin discusión de todos los tiempos, ahora era el director de la “nueva aplanadora” y en ese momento ya había obtenido un par de coronas nacionales de las tres que lograría al mando de esa escuadra.

Muchos recordaron aquel tremendo cuadrangular que le disparó al gran Pedro Luis Lazo con las almohadillas repletas hacía menos de siete años para decidir el campeonato, saliendo lesionado de la banca. La multitud confió agradecida al volver a vivir por un instante esa experiencia de ver a uno de sus héroes más queridos siendo protagonista en una situación tensa dentro de un partido de béisbol.

De la Torre se sintió vivo otra vez al ser el centro de las miradas de miles de fanáticos contrarios. Por un momento recordó aquellos momentos de gloria cuando su brazo de hierro le dio tantas alegrías a la fanaticada capitalina y quiso terminar el desafío con uno de esos ponches aparatosos que en tantas ocasiones les sirvió a sus adversarios.

Pero en ese duelo eterno de pícher y bateador solo puede haber un ganador. Pacheco no creyó en sus 44 años y sobre una recta temeraria mandó la pelota más allá de los límites del terreno con un swing violento, para dejar al campo a sus rivales, en medio de un desenfreno total y una histeria colectiva tremenda.

Juego de veteranos: Jonrón de Pacheco

Cuentan que de la Torre lloró sobre su hombría dentro de la banca de los visitantes, aunque años más tarde me lo negó en una entrevista. Lo cierto es que ese 2 de febrero de 2008 pasará a la historia del béisbol cubano como el mejor de todos los partidos de veteranos jamás jugados y como uno de los días que nunca olvidaremos nosotros, los simples mortales que amamos este deporte mágico e impredecible. 

Antonio Pacheco golpeó una recta de de la Torre, final del 5to bases llenas, dos outs y el juego empatado (11-7 fue el marcador final)

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