Alexander García Milián
Han pasado quince años y se dice fácil, pero no lo es, porque el tiempo vuela y en quince años cambian muchas cosas, más en el béisbol.
La historia del Primer Clásico Mundial puede escribirse con varios matices. Fue el Día D para el béisbol en el mundo entero, la prueba de fuego, el ahora o nunca, pues por primera vez, de modo oficial, peloteros amateurs y las máximas estrellas profesionales midieron fuerzas en el terreno.
Nadie esperaba que Cuba y Japón animaran la final. Todos los focos estaban puestos sobre los elencos armados en su mayoría por jugadores de las Grandes Ligas, como Estados Unidos, Puerto Rico, República Dominicana y Venezuela.
Hace quince años de aquel primer Clásico Mundial y hoy la huella de Cuba revive esperanzas al evocar momentos de aquel mes de marzo, que sacan las lágrimas a los más fieles.
Lo de la selección cubana fue de película desde el primer día. Ante Panamá, primero Yulieski Gurriel con soberano batazo y después Yunesky Maya con relevo de mil quilates, dejaron la escena lista para un final de infarto en extrainnings, donde el matancero Yoandy Garlobo pudo dar el batazo a la hora buena.
Si bien la victoria ante Holanda les aseguró el pase a segunda ronda a los cubanos, el nocaut sufrido a manos de los boricuas en el tercer juego bajó de las nubes el henchido orgullo nacional, y pocos creyeron que la selección aguantaría una fase con los profesionales de Venezuela, República Dominicana y la temible escuadra puertorriqueña, anfitriona en el Hiram Bithorn de San Juan.
Pero una vez más, la mística salió a flote y el dueto de Yadel Martí y Pedro Luis Lazo dominó a placer a los venezolanos, a una banda de estelares en la que estaban hombres como Omar Vizquel, Carlos Guillén, Víctor Martínez, Bobby Abreu, Miguel Cabrera y Magglio Ordoñez, por solo citar algunos. Los cubanos lograron, incluso fabricar carreras e irse delante en el marcador frente al mismo Johan Santana, inmerso en sus mejores años en la Gran Carpa.
Luego de la salida del estelar zurdo por lanzamientos, llegó la eclosión de la ofensiva antillana, con destaque para Frederich Cepeda, quien conecto de jonrón para sentenciar el partido.
La magia criolla hacía su efecto y todavía hoy queda la sensación de que el siguiente partido, ante los dominicanos, se pudo remontar, pues Joan Carlos Pedroso tuvo el empate en sus muñecas y se ponchó con una bola contra el piso lanzada por Fernando Rodney.
El destino volvió a poner en el camino de los cubanos a la selección puertorriqueña, en esta oportunidad para decidir el pase a semis en San Diego, y la venganza no pudo salir mejor. En un choque no apto para cardíacos, los cubanos vencieron 4-3, con relevo magistral de Vicyohandry Odelin.
Aquí vale resaltar la labor del abridor Ormary Romero, quien tras tolerar un cuadrangular abriendo el juego, pudo avanzar y sostener la ventaja inicial.
Resulta imposible olvidar, el out a Iván Rodríguez en home, tras corte de relevo magistral de Yulieski Gurriel, y después el mismo Iván, abanicando la brisa al garabato del Viyo para el out 27.
Ya en suelo norteamericano, en la casa de los Padres de San Diego, para el segundo partido ante los quisqueyanos, Cuba salió de nuevo con igual sed de revancha. El dueto de Yadel Martí y Pedro Luis Lazo volvió a hacer de las suyas ante Albert Pujols, Adrián Beltre, Miguel Tejada, David Ortiz y compañía.
En esa oportunidad, se le pudo conectar con facilidad a los envíos a Bartolo Colón y con el Lazo todo quedó asegurado.
En la final, ya saben la historia, por los caprichos o los no sé qué de Higinio Vélez, Ormary Romero subió ante Japón y ahí quedó todo.
Quince años se dicen fácil, pero hoy, quince años después de aquel primer Clásico Mundial, el tiempo ha pasado y si algo nos queda de aquellos días, es la inmensa nostalgia de lo que fuimos.
Nos vemos a la vuelta.