Por Alexander García
Pensé que el 2000 llegaría con Orestes Kindelán siendo el primer latino en llegar a 500 jonrones en cualquiera de las ligas del continente; más allá de Sammy Souza, de José Canseco o de Rafael Palmeiro, pensaba eso, como también lo creían muchos y es que el “Kinde” era un animal de verdad, un caballón frente a los que siempre hay que quitarse el sombrero.
Pensaba eso pero no, el retiro apresurado al que fueron sometidos Pacheco, Linares, Kindelán y toda esa pléyade de estelares, los últimos estelares tal vez de la pelota cubana, ese retiro apresurado trunco el sueño… de seguro hubieran sido más de diez jonrones, veinte, treinta, cincuenta más, a lo mejor Orestes se acercaba incluso a los 600, lucía bien, estaba entero…
Aunque de acuerdo con criterios de especialistas y algunos analistas de béisbol; Kindelán disfruto en al menos 18 temporadas de las 21 que jugó, de las ventajas del bate de aluminio y de una bola mucho más viva; sus números lo avalan como uno de los grandes de la pelota cubana, 487 jonrones, 1511 empujadas y un promedio de average superior a 310; guarismos estos, dignos de resaltar en cualquier liga.
Entre las múltiples hazañas logradas por Orestes Kindelán, destacan que fue el primero de la llamada Liga Oriental en ganar la triple corona de bateo durante la campaña 1988-1989; siendo pieza clave en el título de Santiago de Cuba.
De igual modo, el León de la Montaña estampó la marca de más jonrones para una temporada completa, con 51 en 1988; dos años antes, en 1986, estableció el primado en impulsadas con 128.
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El Kinde fue parte de aquella generación dorada que en 1982 deslumbraron durante el Campeonato Mundial Juvenil; Pacheco, Javier Méndez, Lázaro Vargas, Omar Linares y Pablo Miguel Abreu, entre otros.
En su comienzo al primer nivel del béisbol cubano, fue criticado por su falta de tacto y por ende su cantidad de ponches; aspecto este que después de siete temporadas comenzó a mejorar para volverse un bateador de promedio, no obstante su descomunal poder ofensivo.
A pesar de no tener un estilo de bateo muy técnico, sin tanta estética como otros; el poder de sus muñecas lo volvió muy efectivo, pues Orestes estaba dotado de una fuerza natural que le permitía sacar la bola por cualquier parte del terreno.
En la arena internacional, destaca la triple corona de bateo obtenida en el Campeonato Mundial de Edmonton en 1990 y en los Centroamericanos de Monterrey, México, igualmente en este año.
De igual modo Kindelán líder jonronero en tres Copas Intercontinentales, dos Centroamericanos, una Olimpiada, así como en los Panamericanos de Indianápolis en 1987, donde implantó record de 7 bambinazos.
Con el santiaguero la historia se fragmenta en miles de instantes de inmensa gloria que parecen no acabar; fue el pelotero que más rápido llegó a 200 jonrones y a 400, de seguro esa marca de 500 hubiera quedado hecha trizas si el retiro forzado no hubiera dicho presente.
Hoy en este 2020, como no recordar aquellos batazos kilométricos en la final de los Panamericanos de Winnipeg; si Contreras tiro un juegazo ante los estadounidenses, Kindelán fue el héroe que sentenció el histórico duelo.
Al hablar de grandes, de joyas del béisbol cubano en todas sus épocas, sin dudas que Orestes Kindelán está ahí en lo más alto, como el peloterazo que fue.
Más allá de la marca de 500 jonrones y de sutiles dosis de amnesia a la que el tiempo lo ha sometido; el apellido de Orestes, ese Kindelán, es de los ilustres del béisbol cubano y eso nadie lo cambia, pues ya todo está escrito.
Nos vemos a la vuelta.