Por Alexander García Milián
La tarde es calurosa, calurosa como son las tardes de verano en Cuba. En el estadio todos gritan, dicen algo, lo que sea, nadie sabe ni quiere saber si lo escuchan o lo entienden, el problema es gritar y ya. Es un día con más de treinta grados de temperatura, pero Matanzas se roba el show en la pelota cubana desde que llegó Víctor Mesa y eso basta para llenar el Victoria de Girón.
Ese mismo día en el center field Luis Robert Moirán se arregla el traje y mira hacia home, se carga un poco hacia su izquierda porque sabe que Dainier Moreira batea por allí y a pesar de ello casi se le escapa la línea que por ese mismo lugar suelta el torpedero yumurino,- “…. Coño estoy bobeando,…coño…”- piensa mientras observa como Roger Machado le abre las manos desde el banco de visitador- él levanta la suya en señal de disculpas y tras el último out del inning se va cabizbajo hacia el dogaut de Ciego de Ávila.
Luis Robert creyó que extrañaba a su familia en Ciego, pero la realidad lo sorprendió cuando dos años después se vio vistiendo el traje que lo convertía en jugador de los Medias Blancas de Chicago. Él sabía que su nivel no era para la pelota cubana. La desmotivación y el tedio insuflaban sus pensamientos con sueños que se hicieron realidad el día de su integración a la organización con un bono de veintiséis millones de dólares.
Allí en aquel salón, en medio de las cámaras y entre gente blanca con trajes finos, él un negrito sencillo y humilde fue designado para seguir el legado del gran Orestes Miñoso- así lo hablaron muchos o lo comentaron siquiera; él lo creyó y lo sigue creyendo.
Aquí me detengo y hago una pausa para explicar que este es mi modo de ver esta historia, mi manera de contar y de entender como uno de los mejores peloteros del mundo en la actualidad se abre camino hacia el éxito, hacia la cúspide de su carrera deportiva.
Al más puro estilo de la no ficción, quizás siguiendo esos pasos que ha dejado Truman Capote en mi persona, conecto los sucesos reales con los destellos de la imaginación. Es que la vida de los grandes es así, como una novela, llena de aventuras y colmada de decisiones riesgosas. Sin dudas, Luis Robert es un grande o al menos lo será, el tiempo dirá y por eso sigo, porque creo que todo sucedió y sucederá así, como lo cuento…
– “ … Él es muy buen pelotero, es un orgullo que esté aquí con nosotros,…hablamos y le dije que tenía que trabajar muy fuerte para llegar rápido al equipo grande…”- le confiesa José Dariel Abreu a varios medios de prensa tras conocerse la noticia de la llegada de Luis Robert a los White Sox.
En “Pito” Abreu pensaba Luis Robert aquella tarde en Matanzas. Allí, solo en medio de la pradera verde del terreno se preguntaba porque él no podía llegar también a jugar en Grandes Ligas. La gente, los comentaristas, todos lo tenían acomplejado por la comparación con José Adonis García,..! Qué José Adonis es el mejor prospecto!, ¡ Qué José Adonis será el futuro Omar Linares!. Entonces cuando José Adonis firmó su contrato en Las Mayores con los Cardenales de San Luis, Luis Robert se convenció que su meta era llegar allí también.
Ya en Puerto Rico, adonde llegó enviado por los Medias Blancas para foguearse en las ligas menores antes de formar parte del roster de cuarenta, Luis Robert recordó su paso ajetreado por República Dominicana, las trabas para declararlo como agente libre y el miedo que sintió al pensar en la posibilidad de tener que regresar a Cuba hasta cumplir con las cláusulas pautadas por la MLB para homologar su estatus debido a su edad, diecinueve años.
Luego de un breve descanso en el entrenamiento, Luis Robert se seca el sudor, toma agua y tras suspirar profundamente sonríe con sutil inocencia, -”… ¡Qué película! …. “- vuelve a tomar agua y sale a los jardines para la sesión de fildeo.
Luis Robert Moirán fue escauteado desde que tenía quince años de edad por varias organizaciones de Grandes Ligas. Su incursión en los Mundiales de categorías juveniles fue atronadora. Eso él siempre lo supo y le dio seguridad para echar pa’lante,- como le gusta decir,- como dicen todos en la Isla.
En Chicago tendrá a José Abreu y a Yoan Moncada como compañeros de equipo. Ambos son cubanos y eso le ayudará a no sentirse solo, a ganar confianza y honrar el legado que dejó Orestes Miñoso en la organización.
La historia de Luis Robert empieza ahora, los años dirán si valió la pena el sacrificio, si llegará al estrellato, tal vez a Cooperstown; o si todo fue un cuento de hadas, el inicio de la mejor novela, algo que simplemente debió quedar como una idea que surgió un día cualquiera, en medio de la soledad que acompañaba a un center field.