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Cuando se habla de Pedro José Rodríguez se está hablando de poder puro y duro. Quizás, del slugger más natural que se haya visto en el beisbol cubano.
Habría sido, no tengo duda alguna, el primer bateador de 500 jonrones en los clásicos domésticos. Pero la rigidez mental de algún imb*cil acabó separándolo del juego por recibir un regalo en la entonces moneda prohibida, el dólar.
El swing de Pedro José Rodríguez, típico del golf, hizo estragos en el beisbol cubano. Antes de la sanción llegó a tener una frecuencia fabulosa de 12.69 cuadrangulares por visita al plato, y muchas de sus hazañas fueron adornadas por presagios de lo que se avecinaba.
Por ejemplo, la que da pie a esta crónica. ¿Qué día aconteció? El 25 de mayo de 1978. ¿Quién fue el infortunado lanzador? Nada menos que Rogelio García.
En el noveno capítulo de la IV Selectiva del beisbol cubano, el estadio Latinoamericano se había repletado para ver el partido decisivo entre Pinar del Río y Las Villas. Pinar era fortísimo: Juan Castro, Urquiola, Casanova y unos pitchers de excepción. Las Villas no se quedaba atrás: Muñoz, Olivera, Pedro Jova, Lourdes, Víctor Mesa…
Pedro José Rodríguez, el Señor Jonrón
Quiso el azar que en el último inning le tocara batear a Pedro José Rodríguez, que en ese campeonato había pegado 28 vuelacercas y remolcado 75 anotaciones. Enfrente, insisto, estaba el gran Rogelio, grande entre los grandes.
Fue entonces que ‘Cheíto’, como apodaban al fornido cienfueguero, le dijo al legendario cargabates Misifú: “Recoge, que esto se acabó”. Poco después, como por arte de magia, el partido efectivamente culminó con un jonrón ‘Made in Pedro José Rodríguez’. O sea, un batazo panorámico que le puso fin al campeonato.
Porque sí, sus vuelacercas eran de película. En Santa Clara no se olvida el que envió directo hasta el organopónico, y en La Habana clavó una conexión en la tercera sección de gradas del Latino, y en Las Tunas dio un palo que no paró hasta un cementerio próximo al terreno…
Pedro José Rodríguez era eso que solemos denominar “una fuerza de la naturaleza”. Tanto, que en los Centroamericanos de Medellín se dio el lujo de soplar 15 bambinazos en apenas 45 turnos. Los jonrones se le desparramaban, y él les rendía culto.
Por ejemplo, una vez me confesó que prefería batear de 5-1 con un cuadrangular que de 5-5 sin ninguno. Me dijo que jamás recortó el swing en dos strikes, y que si los pitchers le enseñaban ‘un cantico’ de la mano ya podía batearles avisado.
Con ‘Cheíto’, el beisbol cubano tiene una deuda de gratitud eterna. Su prematuro deceso se lo llevó a la otra dimensión con el dolor de una carrera trunca por caprichos y malas voluntades, privando a la afición de un jonronero irrepetible.
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Amigo quite a Victor Mesa de los que menciona, él aún no estaba en equipo Las Villas de la IV Serie Selectiva