Por Alfonso Delgado Moliner
El pasado 18 de enero de 2020 el equipo Matanzas ha inscrito, al fin, su nombre en el Olimpo de la pelota cubana, junto al de sus hermanos mayores Citricultores (1977 y 1984) y Henequeneros (1970, 1990 y1991). Su ascenso ha sido lento y escabroso, de años de sombras y sótanos, a una etapa de esplendor en que siempre aparecían los imponderables y a pesar de verdaderos dream teams nunca llegaba la corona.
La serie 58 pareció la debacle, último lugar entre todos los equipos del país. Al año siguiente llegó una nueva dirección que pareció tejer la nueva historia con más hilos tomados de aquel pasado glorioso y fueron vencidos los fantasmas de forma convincente y definitiva.
Ha sido Armando Ferrer el artífice principal junto a un equipo de dirección competente y discreto. Recogió, justo es reconocerlo, el legado de los dos Víctor, Mesa y Figueroa, que también hicieron lo suyo, aunque nunca llegaran a tocar el oro con sus manos. Pero a ese legado le adicionó, de forma mayoritaria, su propio estilo, sus ideas modernas acerca del béisbol y una manera de dirigir muy diferente a sus antecesores.
Se le vio, sobre todo en los play off de comodines, semifinal y final, muy seguro de sí, tranquilo y con una confianza absoluta en su equipo. Cada refuerzo que pidió jugó un papel esencial en el camino hacia la victoria. Logró, a pesar de equivocaciones, errores o malas decisiones momentáneas, crear un lazo colectivo que, bien apretado, alcanzó el preciado objetivo final del béisbol cubano: el primer lugar en la Serie Nacional. Nunca se creyó un dechado de virtudes y no dejó de agradecer a todos el resultado. En especial, de forma sincera y emocionada, a las enseñanzas de su mítico mentor Gerardo “Sile” Junco.
Sin embargo, esta serie ha dejado también un peligroso lado negativo. Se trata del director de Camagüey, Miguel Borroto, que se ha comportado de una forma que más bien recuerda a un clon de Víctor Mesa, con muchos de sus defectos y ninguna de sus virtudes, más amable quizás pero igual de peligroso.
No lo creo capaz de humillar y maltratar a sus peloteros, pero en lo de dar declaraciones, sentirse superior a los demás, minimizar los logros del contrario, no reconocer sus errores, despotricar de los árbitros, hacer elogios desmedidos sin sentido e insultarse ante las preguntas de la prensa, puede emular sin duda con el célebre número 32.
Hizo gala en cada conferencia de prensa o declaración pública del lamentable yoísmo que tanto daño ha hecho al béisbol cubano. Frases como “yo tengo”, “yo hice”, “yo pensé”, “yo estudié”, fueron muy comunes en este final de temporada y, como se demostró, de poco le sirvieron. Impotente, no tuvo casi nunca un elogio, un mínimo elogio para el equipo matancero.
Jamás reconoció el valor de los juegos que ganaron los yumurinos. En uno de ellos fue el árbitro Fernando Zamora el culpable de la derrota camagüeyana, en otro un foul flay que no fildeó el receptor Téllez, en otro… Hizo un manejo detestable del pitcheo de relevo en casi todos los juegos, pero nunca fue capaz de asumirlo con valor.
Tuvo una hemorragia verbal de elogios hacia el equipo Industriales y el Estadio Latinoamericano, sin dudas insignias del béisbol cubano, pero que no veían al caso.
Ante la pregunta de qué le parecía el Palacio de los Cocodrilos, léase el lleno total en el Estadio Victoria de Girón, respondió que eso era un palacito, que el verdadero palacio era el Latino y que una final sin Industriales no era una final.
Tales requiebros amorosos hacen pensar en que quizás Borroto comparte con VM32 el sueño de dirigir Industriales, sueño que al ídolo de Sitiecito después se le convirtió en pesadilla.
Para el director del equipo que quedó en segundo lugar el modo de referirse al lanzador Yamichel Pérez, invicto en la segunda vuelta y con una victoria y tres salvados en los play off, era sumamente despectivo: “el zurdito”. Bueno, ese zurdito fue escogido el jugador más valioso de la postemporada.
A lo cual podemos sumar que según él declaraba sin recato, tenía a los mejores lanzadores de Cuba, Blanco, Cousín, Yariel, Frank Luis, Madam…, lo cual no debe ser malo para un director que confía en su equipo si, como es su caso, unía a ello un sentido despectivo hacia los del equipo contrario. Por último, otro rasgo que lo emparenta definitivamente con Víctor Mesa fue su actitud sumamente airada y desafiante ante algunas preguntas de la prensa. No sabe, al igual que su alter ego, controlar las emociones cuando las preguntas son cuestionadoras.
Lo que más preocupa es que este señor, que ha dirigido varias veces y varios años en la pelota cubana sin ganar nada y ante el cual han quedado rendidos parte de la prensa y la totalidad de la dirección nacional de béisbol, tiene aseguradas las riendas del equipo nacional por algún tiempo. Quizás sea mejor decir, al menos por ahora, porque con estas características, lo más probable es que le pase como al propio Víctor Mesa que, siendo director del Cuba, le sucedió lo mismo que a Chacumbele: el mismito se mató.