Digo “Maels Rodríguez” y mi recuerdo se limita a una pelota a 100 millas por hora. Una pelota blanquecina, áspera, imbateable. Pienso en Maels Rodríguez y lamento que no saliera antes en busca de su sueño de lanzar en Grandes Ligas.
Ni Braudilio Vinent o José Ariel Contreras. Ni Lázaro Valle, Rogelio García, “El Duque” Hernández, Pedro Luis Lazo, Norge Luis Vera… nunca hubo en las Series Nacionales un lanzador más dominante para un lapso de seis temporadas.
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Entre 1997 y 2003, Maels Rodríguez fue el enemigo público número uno de los bateadores de la Serie Nacional. Le temían porque la bola le ‘caminaba’ mucho, pero también porque trabajaba pegado y tendía al descontrol. De eso que le pregunten, por si hay alguna duda, a Javier Méndez.
En tal período, el derecho espirituano mantuvo el average adversario a .177, impuso efectividad de 2.29 y ponchó a 11 rivales cada nueve capítulos de trabajo.
A Maels Rodríguez le ‘tumbaron’ el brazo
De su mano salió el único juego perfecto de los campeonatos domésticos, y la marca que impuso de 263 ponchados en un curso tiene pinta de perdurar en el tiempo. Temerosos, los rivales le bateaban ‘en el aire’, de ahí que tan solo le pegaran 0.3 jonrones por partido.
Lo que pasa en que en la pelota cubana no son de cuidar mucho los valores, y así Maels Rodríguez laboró en ocho de diez choques de playoffs en la postemporada 2002. Su brazo, aquella maravilla, salió lastimado, y jamás volvería a ser el mismo. Ni siquiera con dos cirugías artroscópicas. “Creo que en Cuba se abusó mucho con mi brazo”, opinó pasado el tiempo.
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Desafortunadamente, cuando Maels Rodríguez emigró en el otoño del año 2003, ya carecía de su herramienta principal. Y sin esa velocidad atronadora (sostenida a 96-97 mph) decepcionó más de una vez a los scouts. Luego se unió a Arizona en la ronda 22 del draft amateur de 2005, pero no pudo llegar a las Menores.
Con total seguridad, su caso constituye el del mayor talento cubano que, pese a intentarlo, no pudo acceder a la MLB. A todas luces debió haber hecho las maletas después de los Olímpicos de Sydney 2000 -allí puso a bailar los radares con envíos de tres dígitos- pero tardó más de la cuenta en decidirse a dar el paso. Luego, todavía sin cumplir los 30 años, colgó el guante.
No obstante, su imagen de elegido sigue intacta. Como ocurrió con Greta Garbo, el adiós prematuro no ha bastado para echar abajo el mito.
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