El capitalino Alexis Cabrejas es otro de los buenos jugadores cubanos que una vez salieron en busca del sueño de la MLB y, por una u otra causa, no pudieron consumarlo.
Jardinero veloz, con buen brazo y notable habilidad para batear hacia la banda contraria, sus virtudes naturales se juntaron con una explosividad inusual que no demoró en abrirle paso en la pelota nacional.
“Para mí la agres**idad era muy importante”, me confesó meses atrás en entrevista para el sitio Cubanet. “Cuando yo entraba al terreno me transformaba, y eso fue un factor clave para poder llegar adonde llegué. Me gustaba la cande**”.
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El asunto es que al hombre le dieron una oportunidad de jugar y no la desaprovechó. Tanto brilló que lo eligieron Novato del Año y pasó cinco temporadas repartiendo hits en todos los estadios del país, lo mismo con la franela roja de Metropolitanos que con la azul de Industriales.
Inclusive se gastó el alarde de promediar .414 en el curso 1989-1990, con OPS superior a mil. La Habana lo aplaudía, Cuba hablaba de él, pero Cabrejas tenía claro que ese no era su principal propósito. Él quería llegar a la MLB, y estaba decidido a intentarlo a cualquier costo.
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Así fue que un día, mientras Industriales jugaba un torneo en México, “desertó” junto a Osmani Estrada, en claro seguimiento de la huella dejada un año antes por el primer pelotero cubano que abandonó un equipo en el extranjero, René Arocha.
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Una lesión se interpuso entre Cabrejas y la MLB
Apenas en 1993 ya se había vinculado con Texas Rangers, y su carrera hacia la MLB iba bien encarrilada. Sin embargo, entonces sobrevino una lamentable lesión en el muslo que cambió el rumbo de las cosas.
En la charla citada, Cabrejas lo resumió apelando a su perenne cubaneo a la hora de hablar: “Mi vida eran ‘las gomas’, y al quedarme con una reca**da perdí todas las opciones. Era muy difícil hacer equipo en esa época. Texas tenía a José Canseco, Juan González, Iván Rodríguez… Había muchos «animales» en el roster. Yo mido seis pies una pulgada y era un en*no. Si no podía correr, estaba embarcado. A mí me habían firmado por mi velocidad; en las pruebas hice 6.6 en 60 yardas. Así que aquella lesión me afectó mucho”.
Texas lo liberó, y en medio de la histórica huelga de peloteros que sacudió a la MLB en 1994, New York Yankees le extendió una oferta que él no rechazó.
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“Hice tan buen papel, que al acabarse la huelga, uno de los dos peloteros de la calle con los que decidieron quedarse fue conmigo. Me mandaron para Doble A en el frío de Connecticut, pero apenas pude jugar porque en los jardines estaban tipos como Rubén Rivera y Shane Spencer. De modo que le dije a mi agente que si no iba a jugar en la MLB y solo estaba ganando tres mil dólares al mes, prefería irme para México, donde me estaban ofreciendo diez mil. Salí para allá, pero al tiempo la cosa se puso mala porque devaluaron el dinero”.
Después de eso ya no quiso seguir en el béisbol. Abrió su escuela de pelota, le fue bien, y más tarde se metió en una importante compañía distribuidora de bebidas, donde se ha mantenido por espacio de casi tres décadas.
“Cuando me retire dentro de cinco años tendré mi vida hecha”, me aseguró. “He sabido sacrific**me, guardar mi dinero y navegar el sistema. Al final la vida no es una carrera de velocidad, sino de resistencia”.
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