Por Darien Medina
Los disfrutamos, los aplaudimos, los llegamos a tener en nuestro altar más sagrado; sufrimos en su inevitable curva de declive como atletas; se nos hizo difícil entender el día en que anunciaron que dejarían para siempre el béisbol o en muchos casos no entendimos a quienes decidieron por ellos y los obligaron a la despedida. Al final no hemos sabido darle ese adiós, es una deuda que se sigue alargando en el tiempo y en nombres.
Hemos ayudado a que el olvido sea moda y hemos sido cómplices de esos olvidadizos intencionales que tienen otros problemas más urgentes que resolver antes de mostrar agradecimiento. La pelota cubana le debe muchísimo a grandes hombres, que han sido tapados por esa pesada piedra de la omisión.
Ese último instante de ver un estadio entero parado para dar el último aplauso, la lágrima imposible de contener, la gorra en mano como muestra de agradecimiento final siendo agitada al aire, han sido sensaciones vividas solo por afortunados. Otros simplemente pasaron del terreno a ese rincón donde habita el olvido como dijera el poeta.
Comenzar a desglosar la lista de esas despedidas pendientes puede hacerse bien extensa, pero existen tres nombres de los que la afición cubana no acaba de encontrar los motivos de tan severo olvido: Omar Linares, Orestes Kindelán y Antonio Pacheco. En este 2020 se cumplen 19 años de sus retiros en la Serie Nacional y nada parece cambiar. Si hablamos de lamentables “despedidas” en el deporte cubano, estas tienen un doloroso lugar.
Nada peor que la desmemoria. No es el simple hecho de un acto oficial, es el significado que encierra ese momento para alguien que dedicó su vida y asumió todos los sacrificios que conllevó su carrera. Son los momentos que han dejado imágenes imborrables, las lágrimas de nuestros ídolos, a esos que veíamos capaces de todo en cualquier circunstancia, nunca los sentimos más humanos.
En los últimos años la historia ha ido cambiando, jugadores de un retiro reciente han tenido la oportunidad de vivir ese momento, Ariel Pestano, Eriel Sánchez, Eduardo Paret, Pedro Luis Lazo, Carlos Tabares todos pertenecientes a una misma generación, a los que parece que la suerte en este sentido les ha sonreído mucho mejor.
Pero las deudas pendientes no se han saldado aun, siguen estando ahí. Si todo esto se trata de un proceso de rectificación, bienvenido sea ¿pero qué hacer con aquellos al que le fue negado este momento? El tiempo ha pasado pero las hazañas siguen estando ahí, en muchas casos los protagonistas también pero, ¿y la voluntad?
No se trata tampoco de convertir algo tan trascendental en puro formalismo ni hacernos creer que cada jugador que ha pasado por la Serie Nacional merezca una ceremonia de una elevada envergadura, pero tampoco le podemos negar un justo homenaje a lo que sin llegar a brillar si escribieron su historia, ya de medir su magnitud se encargará el tiempo, pero agradecer nos toca a todos.
La llegada de la Serie Nacional número 60 podría ser usado como el momento adecuado para repensar e intentar buscar nuevas formas que permitan retomar nuevos tratos a figuras que merecieron muchos más y a los que le debemos ese instante de la despedida, ese momento pudiera ser la justificación adecuada.
¿Y para los que no están en Cuba qué hacer? Invitarlos al reencuentro con su gente, con su béisbol, apartarnos de absurdos de autoimponernos tantas barreras ya oxidadas con el paso del tiempo.
¿Acaso José Ariel Contreras, Alexei Ramírez, Orlando “El Duque” Hernández y otros cubanos no merecen su retiro del béisbol al que todavía pertenecen y siempre lo harán? ¿En su momento no le haremos la despedida a Leslie Anderson o Erisbel Arruebarruena a pesar de sus períodos de ausencia?
La Serie Nacional 60 se sigue postergando y deberíamos hacer que pase a la historia más allá de su aplazamiento forzado por haber sido la temporada de la unión luego de tantos distanciamientos y comenzar a saldar deudas.