Por Alexander García
Para muchos se trata de una especie de maldición, para otros mala suerte y punto, lo cierto es que la hoja de vida de Andy Zamora deja una sensación de contrariedad, una especie de sinsabor, un vacío incómodo casi imposible de describir.
Cuando Andy empezó, todos lo comparaban con su padre Amado Zamora, pues daba líneas por doquier y a cualquiera; ya desde las juveniles la leyenda del chiquillo de Sierra Morena que le pegaba de lo lindo a la bola corría de pueblo en pueblo pero cuando Andy debutó con Villa Clara los hechos sobrepasaron las expectativas.
Hoy recuerdo como desde aquel playoff semifinal ante Holguín, el entonces novato sacaba la cara por la ofensiva de los naranjas, no creía en presión, ni en la de Víctor Mesa ni en la de nadie.
En el comienzo fue así, medio bíblico, medio mágico, tal parecía que se comería el mundo, llegó el segundo año y fue igual de atronador, luego el tercero y el cuarto, llegó la Súper Liga y siguió reventándola pero nada, ni equipo Cuba ni nada serio, quedaba relegado y nadie miraba hacia él.
Hubo un momento en que Andy llegó a compilar los mejores números en cuanto a bateo para un zurdo dentro de las Series Nacionales pero así y todo, nada de nada, alguna escaramuza por aquí, otra por allá, pero nada, la maldición del pequeño jardinero era un hecho.
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Si la gente hablaba del equipo Villa Clara, hablaba de Paret, de Pestano, en su momento de Leonys Martín, también de Freddy Asiel y Juan Yasser Serrano pero sobre Andy, incluso quemando la liga como decimos, para rematar rindiendo por encima de todos, así, Andy Zamora solo en escuetas líneas o sutiles parlamentos salía a relucir.
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Hoy, recuerdo un día allá en Arabos, cuando Matanzas y Villa Clara se enfrentaron en un partido de la Serie Nacional, recuerdo como si fuera ahora el palco de gradas reservado para la familia de Andy Zamora que venía a verlo de Corralillo.
En ese momento era la realeza, un símbolo, quizás emblema para muchos, pero igual, no era nada, a la hora buena cuando todos se escondían el seguía sacando la cara pero la bruma disipaba todo, para ese entonces y hoy, casi veinte años después de aquel primer día, solo queda el eco estrepitoso del anunciador en el estadio: «Al bate, Andy Zamora».