Béisbol cubano: ¿Por quién doblan las campanas?

Por Alexander García

   ¿Por quién doblan las campanas en el béisbol cubano? Rompe la pregunta y no hace falta ni Hemingway ni John Done para saberlo, pues a todas luces, las campanas doblan por unos pocos, los de arriba, los dirigentes de la Federación y demás; doblan por ella, repican por ellos; todo en beneficio de seis o siete o diez y en detrimento de cientos, de miles, de millones y no temo equivocarme.

   La sorna de moda llega cuando empiezan a pintar a la Serie 60 como algo muy esperado, como la “Serie del desagravio”, el torneo donde la gente llenará los estadios como diez o doce años atrás; en fin, las mismas palabras huecas, carentes de profundidad y sentido racional, pues en un contexto así, con pandemia de por medio, los focos de atención no estarán en las 87 millas que tire “Fito” o el rolling saltarín que de “Jesusito” por encima de segunda.

   La maquinaria empieza a rodar -“los estadios se han engalanado, los equipos se han preparado, los directores se han superado”-. Siempre año tras año es lo mismo, las mismas frases hechas, los mismos algoritmos para enfocar el tema, unos comentan por acá sobre la calidad de Cepeda, sobre la recta de Fredy Asiel; otros ensalzan como lo máximo a la veteranía de Urguellés y entonces me digo: ¿Son ellos la cara donde hay que mirar a la pelota cubana?

   Si en Camagüey y en Las Tunas, la gente llena los palcos laterales  en los estadios; hay buena asistencia en toda Cuba, eso sin detallar en que las zonas del center field están vacías o en el simple hecho de que dos, tres o cuatro provincias dictan una sentencia tan generalizada.

   ¡Llega fulano! ¡Todo va a cambiar! ¡Este sí! ¡Es ahora! Enseguida se comienza a embadurnar de epítetos y calificativos exagerados que solo buscan desviar a la atención y minimizar la crisis.

    No dudo de buenas intenciones y de procederes decentes, pero el conformismo, el triunfalismo y todo lo que se deriva de ellos, todo eso no puede marcar la pauta, siempre es necesario ir más allá; no es el alumbrado de los estadios o la gastronomía o la pintura de las gradas. ¡No! Es mucho más. Y en este punto, otra vez retomo el tema de la profesionalización de la pelota, pues el incentivo monetario es determinante de la forma que sea.

   Si ahondamos un poco, duele mucho ver la cara de hastío y el tedio desbordado que se palpa en las bancas, casi al unísono de la voz de Play Ball; son caras jóvenes, otras un poco más viejas, todas con la misma pesadez de antaño y dando un signo de alarma importante: ¡No tengo ganas de nada!

   Contra ese mal no valen discursos cargados de promesas, ni acuerdos X o Y. No, tampoco todo el adelanto científico, ni mil dólares hoy para sosegar la ilusión, calmar el hambre unos días y luego vivir de la caridad, de lo que podrá ser y nada más.

   No es que se deja de hacer esto o aquello. No, no es eso; es hacer siempre y en el caso de la prensa, dudar, cuestionar, criticar, pues en buena medida, la esencia de su misión pasa por aquí.

   Todo está pintado para que este venidero campeonato sea en verdad diferente pero no es el salto en lo organizativo lo que debe caracterizar al evento, debe ser en la calidad, en mejores juegos, en un espectáculo de excelencia; las campanas, como diría el poeta, deben doblar por ti, por mí, por todos los aficionados, nadie es una isla en sí mismo.

   Nos vemos a la vuelta.

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