Por Alexander García
La monotonía parece abrazarlo todo; la rutina impone una dinámica atroz y le da un toque de hastío al ambiente; el estadio Victoria de Girón sin gente, solo algunos peloteros inmersos ya en los primeros compases del calentamiento, el sol que empieza a quemar; cierto automatismo pretende trastocar las sensaciones, pero él siente que debe seguir y continúa corriendo con más ganas, percibe las gotas de sudor acumulándose en su barbilla, mira hacia arriba. ¡Cómo está el indio! -dice para sí y de pronto siente la voz como un eco; siente la voz y luego escucha bien claro: ¡Pagés!, ¡Pagés!- ¡ya termina, dice Víctor que recojas tus cosas, estás fuera!
«Aquello fue un mazazo, nunca pensé que iría por mí, sabía que, como los otros, no le caía bien, si él venía por un lado yo cogía por otro y así, pero entrenaba; igual me sacó como él quiso, luego me mandó a buscar, pero ya no era el mismo, además no soy un trapo de nadie», me confiesa Yussef Pagés casi diez años después de aquel día.
Con la llegada de Víctor Mesa a Matanzas, comenzó una especie de purga que eliminó a muchos jugadores hasta entonces “indeseables” como Dunier Serrano, Yaimel Alberro, hasta el mismo Yoandy Garlobo. Para algunos fue necesario en pos de imponer orden, para otros significó el final de su carrera; en esta arista el caso del lanzador Yusef Pagés resalta dentro de los poco mentados, aunque tal vez sea de los más rimbombantes. Si se le dio un chance a Jorge Martínez, a Yoan Hernández y a Joel Suárez, ¿cómo no dárselo a él?; talento y condiciones tenía de sobra.
Antes
La línea salió como un trueno, segundos antes la bola chocó con el bate y en fracciones de segundos cruzó la cerca que delimitaba los 400 pies por el jardín central; en las gradas todo era locura, el juego estaba empatado a una carrera y allí, en el estadio Mario Martínez Araras de Colón, miles de gargantas vitoreaban: ¡Garlobo! ¡Garlobo!
En ese momento, Matanzas cerraba su subserie con Industriales y amenazaba con barrer a los capitalinos. El estadio es un manicomio y en el banco del home club, todos salen a recibir al slugger matancero, el primero en abrazarlo fue Yusef Pagés, un espigado y fornido serpentinero que quizás lanzaba el juego de su vida ante los azules.
«Recuerdo ese día como si fuera ahora, estaba prendido, la recta durísima, con tremendo control, todo me salía; sin embargo el juego se iba enredando hasta el jonrón de Garlobo, ya ahí supe que lo ganaba. Y ganarle a Industriales entonces no era nada fácil, aquello sí era un trabuco», afirma al rememorar aquella jornada.
En la temporada de su debut, 2004-2005, Pagés ganó cinco desafíos y perdió cuatro, además de trabajar para menos de tres limpias por juego; así y todo ni cerca estuvo de entrar en la lista al novato del año, tampoco fue llamado a la Súper Liga.
«Imagínate, empezar así, fue tremendo, ya con semejante decepción, nadie reconoce tu trabajo, ¿qué se puede esperar?», expresa Yussef y la interrogante agranda la incertidumbre, pues el hedor a vacío flota en el aire, parece acaparar todo.
Por aquellos años, 2005 o 2006, nadie miraba con buenos ojos al equipo Matanzas de béisbol; para muchos era un fiasco, para otros, los más empedernidos de los fanáticos, era el mejor team.
«Nosotros teníamos condiciones, los abridores tiraban más de 90 millas, tenían recursos, había talento pero como equipo no funcionábamos y ahí se perdía todo», alega mi entrevistado.
Hoy las sensaciones son disímiles, van del amor al odio, al tedio, al rechazo bochornoso, pero en aquel entonces, hace unos quince años, si en los medios nacionales comentaban sobre la Atenas de Cuba en la Serie Nacional, era para hablar de Yoandy Garlobo o rememorar las hazañas de Gerardo Junco y Henequeros.
Al conversar con Yussef, me percato que para muchos sigue siendo un desconocido, alguien cualquiera, pero no, fue un buen lanzador, excelente y pudo haber tenido mejores resultados, tal vez el momento y el lugar no eran los adecuados para erigirse como figura.
«Recuerdo que Ubisney Bermúdez me preguntaba siempre cuándo yo tiraba para no ir contra mí, pues dominaba a ese equipo y era tremenda banda; Urrutia, Danel, Pedroso, tremendo grupo», cuenta Yussef.
Aquí la reflexión se impone y en verdad por ese tiempo, 2007, 2008, la pelota cubana vivía sus mejores momentos y la rivalidad era inmensa, con la Aplanadora de Pacheco peleaban los Industriales de Anglada, los Vaqueros de Esteban Lombillo, los Vegueros de Jorge Fuentes, las Naranjas de Víctor Mesa; había rivalidad, de hecho en el plano internacional llega la plata del primer Clásico Mundial y en 2008 se pierde la Olimpiada ante Corea del Sur; en todo ese contexto, Matanzas debía desenvolverse, a veces navegando a tres o cuatro lugares del fondo de la tabla, en otras rozando el frío sótano. Aquí con Pagés se rememoran varios juegos inolvidables donde fue protagonista:
«En esos años recuerdo un juegazo contra Holguín, frente a Chapman, empatados a cero hasta el noveno en el Victoria; también uno frente a Guantánamo, 2×2 hasta el séptimo y, de igual modo, no puedo olvidar el juego que le gané en Colón a Sancti Spiritus, 1×0, frente a Ismel Jiménez».
Lo sutil trasciende y cuando el otrora lanzador evoca aquellos partidos donde campeaba de tú por tú contra equipos con poderosa ofensiva, entonces ahí nos damos cuenta que no es tan casual, realmente el hombre podía triunfar.
Al preguntarle sobre el apoyo recibido y su relación con los directores alegó que «mi primer director fue Alfonso Urquiola, hombre y amigo por encima de todo; con Rigoberto Rosique y Wilfredo las cosas fueron bien, tuve apoyo, pues cuando te entregas al entrenamiento el mánager lo reconoce, ya con Víctor todo cambió, empezó la presión, él tenía la libertad y todo el apoyo, algo con lo cual no contaron los anteriores».
Cuando entró Víctor Mesa a la dirección de Matanzas, Pagés estaba en el roster; empieza la Serie Nacional, pero sin explicación alguna es sacado para volver a ser llamado y bueno… Ya saben, no regresó.
«Cuando decidí no regresar me fui a la Gastronomía y trabajé por un año, era lo que había estudiado y desde entonces no he vuelto a jugar», recuerda e impone una pausa rotunda, una pausa que se traduce en el eco atroz de una voz triste y cansada.
Como tantos otros que quieren un futuro mejor, Pages decidió emigrar a los Estados Unidos, a propósito confiesa que «todos aspiramos a algo mejor, pensé en mi familia y decidí venir a los Estados Unidos, aquí intenté jugar pero cuando llegué pero fue difícil, no tenía cómo mantenerme mientras entrenaba y tuve que empezar a trabajar. En eso estoy, manejando un camión, pero a pesar de la frustración me siento feliz, tengo un hijo hermoso y una bella familia, por ellos salgo cada mañana». En este momento sonríe, aunque siento desilusión en sus palabras.
Al final hablamos del campeonato de Matanzas, de los méritos de Ferrer, volvimos a tocar a Víctor, de a poco la tristeza cedió, dando lugar a unos tonos de felicidad que maquillaron la historia de la mejor manera.
Epílogo Como tantos, crecí amando la pelota y escuchando cientos de leyendas, desde la Liga de Pedro Betancourt y Pascual Terry, hasta la Liga Azucarera y las Series Nacionales; entonces, siempre estuve al tanto de los torneos provinciales y cuando el equipo matancero jugaba en los municipios lo seguía a donde fuera: Colón, Jagüey, Los Arabos, etc.; en estos andares conocí a Yusef Pagés y hoy lo traigo aquí, sintiendo como mía esa ilusión de ser un gran pitcher, de eso vivimos, de ilusiones, de proyectos, de ideas, de metas; es la vida y nadie por muy poderoso que se crea tiene derecho a frustrarla.