Por Pablo E. Díaz
En el transcurso de las 60 Series Nacionales, el béisbol cubano ha presumido de contar con varias generaciones de extraordinarios jugadores, los cuales han cultivado, entre ellos, relaciones de amistad dignas de admiración, incluso, sin importar lugar de nacimiento, creencia religiosa y otros factores.
Específicamente, a principios de los años 80 surgió una legión de peloteros con un talento sobrenatural, lo cual llevó a los equipos nacionales, en distintos eventos y categorias, a eslabonar una cadena de triunfos en la arena internacional, que asombró al mundo; 92 en total, la seguidilla comenzó en 1991 y se vio trunca en 1997, en ambas oportunidades durante sendas Copas Intercontinentales celebradas en Barcelona, España.
Varios especialistas coinciden, que esos éxitos estuvieron dados, en gran medida, porque además de la calidad deportiva que poseía ese núcleo de atletas, funcionaban como una verdadera familia, dentro y fuera del terreno.
Varios pudieran ser los ejemplos de excelentes relaciones interpersonales que emergieron en ese tiempo, dentro de los equipos Cuba. Omar Linares y Luis Giraldo Casanova fue una de las más famosas por la difrencia de edad, y variedad de carácter; más bien parecían padre e hijo.
Javier Méndez y Juan Padilla, de igual forma, experimentaron un vínculo que llegó a ser familiar, similar al que supieron cautivar Pedro Luis Lazo y José Ariel Contreras, sin importar las desiciones que cada uno tomó en su momento, las cuales fueron cuestionadas por algunos de manera mal intesionada intentando resquebrajarla, algo que felizmente nunca lograron.
En los años sesenta Urbano González y Pedro Chávez, supieron poner en alto ese sentimiento que pocos saben cuanto vale. Otra amistad que nunca se vio afectada por diferencia de pensamiento, fue la que sostuvieron el espectacular Rey Vicente Anglada y Bárbaro Garbey, demostrantando que cuando el sentimiento es sincero, no importa el lugar de residencia ni la falta de comunicación.
SwingCompleto conversó sobre este particular con el legendario primer bate camagüeyano, Luis Ulacia, y dejó al descubierto varios factores que influyeron en la buena vibra que predominaba en esos tiempos.
«Desde que llegábamos a los entrenamientos para enfrentar algún compromiso internacional de envergadura, había una mentalidad ganadora asombrosa, por donde salía uno salíamos todos; cuando en un colectivo esa dinámica se vuelve una rutina, existen muchas posibilidades de triunfo», comentó.
«En aquellos conjuntos había mucha unidad, compañerismo, disciplina, compromiso, y otros factores que nos posibilitaban obtener victoria tras victoria. Cuando me ví entre esas grandes figuras y pude percibir el respeto que existía entre ellos, y para con los que teníamos menos experiencia, entonces pude comprender muchas cosas», rememora el carismático bateador ambidextro.
Ulacia agrega que «tuve el privilegio de llevarme bien con todos mis compañeros en general. Luis Giraldo Casanova me sirvió de guía y consejero desde el principio, eso nunca lo olvidaré, “el capirro” fue muy importante en mi formación y madurez como atleta», sentenció.
«Luego hice una afinidad increíble con Orestes Kindelán, tal es así, que en la actulidad somos como hermanos. Compartimos los buenos y malos momentos en la vida de ambos y nos apoyamos mutuamente, el “Kinde” es como esos hermanos que la naturaleza no te regala, pero el destino te los coloca en el camino para toda la vida».
«Mantenemos una comunicación constante, casi a diario, su familia y la mía son muy unidas, nos queremos y respetamos de forma incondicional, él siempre podrá contar conmigo para lo que necesite, yo sé que el haría lo mismo por mí, de hecho me lo ha demostrado en más de una ocasión», culminó el otrora campocorto agramontino.