Hace poco, específicamente el 6 de octubre de 2024, pensé en Luis Giraldo Casanova tras leer en nuestro medio digital de Swing Completo un texto consagrado a corroborar que Omar Linares ha sido el pelotero más grande que pasó por las Series Nacionales. “Los únicos fanáticos que no están convencidos de ello son los que no pudieron verlo jugar”, sostuvo con toda razón el autor, mi amigo Jesús Pérez Vichot.
Es un hecho: entre nosotros, Linares es incomparable. Como escribí una vez, “daba la sensación de haber sido diseñado en las supercomp*tadoras del Pentágono”, toda vez que “bateaba a lo Ted Williams, fildeaba a lo Brooks Robinson y corría a lo Rickey Henderson. Era el software perfecto metido en un físico ideal para jugar al béisbol a la perfección”.
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En él confluyeron todas las virtudes necesarias. Podía dar batazos próximos a los 500 pies y embasarse con un toque de bola. Nadie corría mejor la vuelta al cuadro, ni tiraba tan fuerte desde la raya misma, ni tenía reflejos tan exactos. Como dijo Hank Aaron, era un “auténtico fenómeno”.
Luis Giraldo Casanova, un portento
Yo lo adoré, pero mi favorito siempre fue Luis Giraldo Casanova, a quien también querían en las Mayores y rechazó la mar de ofertas hasta que lo apodaron “el millonario pobre”. Un portento, algunos lo equipararon con Roberto Clemente y él, invariablemente, contestó a cada alabanza con un brindis.
Sí, porque «LG14» dibujó su carrera con el lápiz de los superdotados y la tinta del alcohol. Luis Giraldo Casanova jugaba todas las posiciones, marcaba diferencias y encima lideraba, muchas veces después de entrar en el diamante con unos cuantos trag*s en el cuerpo. La bohemia le restó cuadrangulares y durabilidad, pero añadió un montón de páginas a su anecdotario.
Cuentan que José Miguel Pineda estiraba la entrega del line up hasta el último momento, a la espera de que el «14» (Luis Giraldo Casanova) entrara al campo por la zona del left field. Entonces, nada más lo divisaba, decía con una sonrisa: “Ya ganamos”.
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En una crónica que le dediqué, confesé que “jamás he vuelto a ver, ni aquí ni en Grandes Ligas, swing igual. Y no exagero. Me alborotaba cada vez que él ‘rompía’ las muñecas haciendo un círc*lo perfecto y abría entonces los brazos mientras la pelotita -pobre, pobre- viajaba sin costuras rumbo al cielo, y en las gradas gritaban los tirios y aplaudían con respetuosa pesadumbre los troyanos”.
Yo, repito, entiendo que Linares no tiene parangón y el propio Luis Giraldo Casanova es el primero en aceptarlo. Pero para gustos se han hecho los colores y para criterios divergentes, la pelota. El mío es Casanova.
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