Por Daniel De Malas Andreu
Los regresos muchas veces suelen hacernos olvidar las despedidas con las que no existen términos medios. Todas duelen, unas con más o menos intensidad, pero al final marcan. Y, para los que vivimos en esta Isla decirle adiós a los que se van es un ritual doloroso, amargo para el que siempre debemos estar preparados, ya sea para dar la espalda o simplemente quedarnos a ver la salida.
La pelota cubana ha transitado entre las despedidas, algunas incomprensibles otras entendibles y aplaudidas, y así intenta sobrevivir entre los que se fueron y los que se quedaron; entre cerrarle puertas a uno y abrírselas a otros mediante un listado de requisitos extenso. El béisbol tampoco puede separarse de ese debate de las dos orillas.
Al deporte cubano le ha costado abrirle las puertas a los que decidieron partir un día por determinado motivo, ya sea en una lancha, en medio de una competición o mediante la solicitud de una baja que le fue prolongada y congelada en el tiempo.
En el mundo artístico este fenómeno ha sido muy diferente, los artistas van y vienen y les han permitido llenar teatros, siempre que han sentido el «deseo» de recargarse de energías con el público cubano. Ha sucedido igual con actores y actrices que luego de quemar su imagen por otras tierras los hemos visto aparecer de nuevo en nuestras pantallas televisivas y en el cine. Pero no es así con el deporte, el deportista parece haber firmado otro código de lealtad.
En medio de tantas trabas e incoherencias, la última Serie Nacional se alimentó de algunos nombres que decidieron regresar y que de algún modo fueron ese gancho melancólico para atraer a un público que sigue añorando el pasado cercano como la máxima expresión de lo perfecto y único.
Cuatro fueron los regresos más significativos y que a la vez llenaron las expectativas con sus rendimientos en cada uno de los equipos que defendieron: Erisbel Arruebarruena, Pavel Quesada, Leslie Anderson y Carlos Juan Viera, los retornos más mediáticos y seguidos por la afición cubana, de ellos tres llegaron a integrar la selección nacional al Premier 12, y en lenguaje beisbolero la rompieron en el torneo doméstico.
Fue una gran coincidencia el regreso al unísono de los cuatros nombres ya mencionados, otros se quedaron varados a la espera de alguna respuesta o sencillamente se agotaron con tanta burocracia criolla.
Cada uno de ellos cuenta con sus razones muy personales para el regreso. Puede ir desde lo emotivo, al comprender que su mejor etapa ha terminado y que no existe un mejor escenario ahora mismo que su país de origen; otros sencillamente ven el momento de retornar y estar con los suyos.
La tímida apertura ha servido de motivo para que muchos jugadores que salieron con el objetivo de medirse en otro nivel y, que por alguna razón no pudieron lograrlo pero se sienten todavía con cualidades para participar dentro de un torneo que no se encuentra en su mejor etapa y de algún modo puede sentirse revitalizado por su presencia. Ellos pudieron adquirir preparación y conocimiento en ese tránsito y superan al jugador promedio de la Serie Nacional.
Ante el proceso de acercamiento todos saldremos beneficiados, pero no con las condiciones que les están imponiendo. De esta manera no ganan en ninguno de los dos lados, da igual si lo entendemos como una moda o un tema nostálgico. Todos nos necesitamos y no es tiempo de postergaciones, es la pelota cubana y le sigue perteneciendo a todos los cubanos.
No debiéramos cuestionar las decisiones de cada cual ni las razones que le han hecho repensar su regreso. La vida es mucho más rica que el béisbol. No se es más ni menos bueno si se deja de alcanzar determinado objetivo. A los que regresen: bienvenidos. Alguien dijo alguna vez que no se debe regresar nunca al lugar donde se fue feliz, pero creo que pueda tener su excepción si es para hacer felices a otro, y créanme que la pelota lo hace.