Hace solo unos días se cumplieron 20 años de uno de los playoffs más encarnizados y controversiales jamás vistos en la pelota cubana, donde los protagonistas fueron los dos equipos que tenía la capital por aquel entonces: Industriales y Metropolitanos.
El 18 de abril del año 2000 se abrieron las puertas del estadio Latinoamericano para acoger esta porfía de cuartos de final al mejor en cinco juegos. Mucho antes de la voz de play ball, esas simpatías que la fanaticada habanera y los mismos directivos habían sentido por su segundo equipo durante toda la campaña se desvanecieron ante la presencia de los azules en este duelo de “vida o muerte”.
Para las grandes mayorías capitalinas, hasta ahí habían llegado los vítores y las devociones por esos rojos guerreros que tanto orgullo le dieron durante la serie al béisbol de su provincia. Una palmadita en la espalda de esos peloteros, un reconocimiento colectivo, y una cerrada ovación en los graderíos después que los Industriales los derrotaran, podía ser un gran final para esta historia de vanidad y soberbia beisbolera.
Sin embargo, esa tropa beligerante subvalorada y diseñada para hacer las segundas voces de los conciertos, conjunto escuela sin grandes perspectivas ni metas escabrosas, se levantaría desde su vergüenza para arrinconar a sus hermanos mayores, al punto que tuvieron que intervenir fuerzas “del más allá” para evitar la asfixia y restaurar el “orden” en el terreno de juego.
Existían precedentes, todos conocían la garra que sacaban los rojos en este tipo de encuentros donde sus peloteros querían “lucirse” más que nunca para hacer el grado y poder trasladarse a la mítica banda azul, la más ganadora en campeonatos nacionales.
La falta de estadio propio y de público incondicional así como el desangre de peloteros que sufrían al final de cada competencia, no los frenaban cuando la lucha era cuerpo a cuerpo sobre la grama, pero nadie imaginó que estas cosas sucedieran cuando los Industriales estaban a las puertas de pasar otra de sus tantas finales.
El Latino tembló después del primer partido del playoff cuando los Metropolitanos se impusieron 8-5 con apertura de Juan Pablo Hecheverría y relevo del joven Yadel Martí.
Bajo ofensas verbales los peloteros abandonaron el estadio después de la victoria. Agredidos con piedras y botellas al subir al ómnibus por malos fanáticos, habían encendido alarmas en toda la urbe capitalina, devota a morir por sus Industriales.
El escándalo vino después cuando en el segundo desafío repitieron la dosis y pusieron el playoff a punto de mate. René Espín lanzó quizás el mejor juego de su vida al dejar sin carreras a sus rivales, mientras que Bárbaro Cañizares desaparecía la esférica con uno a bordo para dejar el marcador final 2-0.
Suficiente. Un “terremoto” de grandes proporciones recorrió pasillos y oficinas, desató la ira de directivos, y fue el comienzo de varias acciones desesperadas que generaron una remontada azul, dramática y sospechosa.
“Decir que las autoridades deportivas me presionaron para que ganaran los azules sería una mentira, pero si ocurrieron muchas cosas para que los Industriales, que eran los favoritos de la afición de la capital, se llevaran la victoria… Todavía la gente me pregunta que pasó en esa serie”, me comentó en una entrevista Eulogio Vilanova, director de los Metropolitanos en aquella serie.
El timonel, radicado en Estados Unidos desde hace varios años, cuenta que después de aquellas dos victorias sacaron al equipo de la Villa Panamericana donde estaban alojados, privándolos de todos de la comodidad y buena alimentación que muchos no tendrían en sus casas y asegura que apenas le dieron bates y pelotas para practicar, contrario a sus rivales que continuaron disfrutando de todos los beneficios.
“(…) Pero te voy a decir una cosa que nunca he hablado con nadie porque en realidad no tengo pruebas ni soy policía, pero aquí en Miami me han dicho gente que estaban relacionadas con los peloteros, que allí hubo dinero por medio para que los Metropolitanos perdieran, pero pruebas no tengo de eso”, declaró en aquella oportunidad el citado director.
La historia es bien conocida. Marginados, odiados, y pisoteados psicológicamente, fueron derrotados tres veces consecutivas para ponerle fin a estos acontecimientos del mítico playoff.
Una pifia de Rudy Reyes en tercera base y un elevado al jardín derecho que Serguei Pérez no pudo atrapar, borraron una ventaja de 1-0 a la altura de la séptima entrada en el tercer partido y los rojos jamás pudieron darle alcance a los azules ni ese día ni en las próximas dos jornadas.
En el juego final, para darle un toque novelesco al guion, el torpedero industrialista Wilber de Armas, quien había quedado fuera de la selección metropolitana por decisiones de su director, fue la cuña malvada del mismo palo y pegó par de cuadrangulares decisivos para darle la victoria a los suyos 12-7 y sentenciar el playoff.
“Mucha gente me ha preguntado al respecto, hay diversos comentarios sobre aquello, pero yo nunca vi nada raro a mí alrededor. La gente habla mucho, con nosotros se sentaron las autoridades, como lo habían hecho otras veces cuando perdíamos algunos partidos seguidos, pero al menos yo, no tengo conocimiento que nos favorecieran con nada. Si lo hicieron, no lo sé, nosotros lo dimos todo en el terreno”, fue la declaración que me hizo Wilber varios años después de aquel suceso.
Después de aquello el equipo fue prácticamente desmantelado para la temporada siguiente y un año más tarde Vilanova fue sustituido sin ningún protocolo o explicación.
“La costumbre era citar al director a la Comisión Nacional para informarle de los motivos de la sustitución. A mí nadie me dijo nada, me enteré que Juan Padilla era el nuevo director de los Metropolitanos por la televisión cubana que dio la noticia. Al otro año me fui de Cuba”, me confesó el afamado director en una entrevista hace un par de años.