Por Yasel Porto
Sin dudas excelente fue la noticia para mí del alta médica de este exlanzador cubano, a pesar de que todavía no se puede cantar victoria por el complejo proceso de recuperación.
Se trata de Rafael Rojas Gil, quien al margen de haber sido campeón con Azucareros en la temporada de 1968-69, fue protagonista de un hecho único en la historia de la pelota en Cuba. Al menos hasta donde ha trascendido.
De 72 años de edad, Rojas pudo salvarse después de haber llegado a un hospital en Sancti Spíritus por una apendicitis, y luego se complicó con una peritonitis. Aunque ya pasó lo peor, las secuelas durarán un tiempo según me comunicó su hija.
Una de las consecuencias de mayor impacto es la pérdida temporal del habla producto del trasteo imprescindible de su tráquea cuando los médicos lo estaban tratando. También le ha quedado un fuerte ardor estomacal y algunas escaras.
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Varias personas se han movilizado para tratar de resolver los medicamentos necesarios, como la nistatina líquida, el aerosol y el omeprazol. Parece que poco a poco todos llegarán al cuerpo de Rojas, quien ahora se encuentra en su hogar de Cienfuegos.
Con respecto al suceso lamentable del que fue protagonista en su etapa de lanzador, el mismo se produjo en territorio espirituano dentro de la Serie Provincial de Las Villas. Desde el montículo se le desvió un tiro que le dio en la cabeza a Orestes Peña, un pelotazo que trajo la peor desgracia posible.
Peña cayó al suelo y lo llevaron urgente a un centro médico. Lamentablemente ya era demasiado tarde y lo que vino después fue dolor para familiares y amigos de Peña, junto al trauma por largo tiempo contra el que tuvo que luchar Rojas.
De hecho aquella tragedia lo sacó del béisbol de por vida, marginándolo de haberse convertido quizá en un lanzador de buenos resultados a partir de su excelente velocidad.
Según algunos cercanos al tema, como el lector Pedro Cristóbal Castillo, Peña era todo un prospecto que jugaba primera base y jardines, además de bateador ambidextro de poder.
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Hasta donde se sabe, en Cuba lo más parecido fue un deslizamiento en tercera base, el cual provocó un encontronazo entre el corredor y el antesalista. Éste último murió a los días por una infección en las heridas. Estoy hablando de una era tan lejana como el siglo XIX.
Hubo pelotazos, no obstante, que trajeron consecuencias bien duras incluido la pérdida de las facultades mentales del afectado. Pasó con el extercera base habanero Rogelio Montes de Oca, mientras otros como Eulalio «Yayo» Linares y Alberto Reyes tuvieron que abandonar el deporte después de ser golpeados accidentalmente por Roldán Guillén y Vicente Díaz (3B).
De último momento nos comunicó otro lector, Orlando González, que su padrino Guilllermo Ramírez, alias «Millonga», pasó por eso mismo en los años cuarenta. Sin querer golpeó a su receptor de apodo «Tatica» y desgraciadamente murió. Ramírez dejó su carrera de beisbolista y se hizo médico salvador de muchas vidas en su natal Santo Domingo, Villa Clara.
En Estados Unidos el caso más connotado fue en la temporada de Grandes Ligas de 1920, cuando el pitcher Carl Mays (New York Yankees) provocó la muerte del destacado bateador Ray Chapman (Cleveland) producto a un involuntario hit by pitch (deadball).