Por Pablo Pichardo
A muchos sorprendió la noticia esta semana de la designación por parte del cuerpo de dirección de Industriales de Lisbán Correa como su próximo capitán. Un pelotero que fue crucificado en la Serie Nacional pasada por los directivos de este deporte, casualmente a la misma edad de Cristo: 33 años.
Correa, a pesar de ser un excelente bateador en esta pelota, con una fuerza al bate muy por encima de la media de estos torneos, no le debe su celebridad a grandes cuadrangulares decisivos, a elevados promedios ofensivos ni a temporadas protagónicas.
Ha dejado su huella para la posteridad al ser el epicentro de dos de los más grandes altercados jamás vistos en Series Nacionales y en ambos con presencia de la televisión.
El muchacho natural de Arroyo Naranjo, sin lugar a dudas, quizás haya aprendido a lo largo de once campañas a desechar envíos malos y a conectar con potencia lanzamientos en zona, pero su capacidad para tomar siempre malas decisiones en la vida lo han marcado para toda su carrera.
Quizás era muy joven cuando hace exactamente una década recorrió casi todo el terreno del estadio José Antonio Huelga de Sancti Spíritus con un bate en la mano en busca del lanzador que había propinado varios pelotazos.
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Tal vez no pensó en la repercusión de esa acción que desencadenó una trifulca tremenda donde tuvieron que intervenir los agentes del orden para ponerle fin y que acabó con una suspensión de seis meses para él de todo evento deportivo desarrollado en la isla.
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En el 2015 Correa abandonó Cuba con el sueño de convertirse en un jugador profesional a sus 30 años de edad y entregó su suerte a unos contrabandistas que lo colmaron de mentiras y lo hicieron vivir una odisea por tierras dominicanas hasta que decidió, con apenas 100 dólares en los bolsillos, recorrer el país por su cuenta y riesgo quien sabe bajo qué condiciones deplorables en busca de inversionistas que nunca aparecieron.
Regresó a Cuba amparado por nuevas directrices que permitieron el retorno de decenas de peloteros y su incorporación a la Serie Nacional, algo que fue aplaudido por los aficionados que vieron una vía rápida de aumentar el nivel de su campeonato.
En su puesto de cuarto hombre en la alineación azul, Lisbán Correa desforró la pelota en los 35 desafíos en que participó, al punto de conectar nueve cuadrangulares, remolcar 31 carreras y promediar para un alto 408 de average con un OPS de 1.247, el más alto entre todos sus contendientes.
Sin embargo, otra pelea, lanzándole una patada a uno de su adversarios que quedó perpetuada en una foto que recorrió el mundo, lo volvería a alejar seis meses de los terrenos de béisbol, justo cuando su equipo más lo necesitaba.
Ahora, “Billy”, como lo llaman sus amistades, está de regreso una vez más y desde el primer día de los entrenamientos se volcó a la grama del Changa Mederos en la Ciudad Deportiva para volver por sus fueros. Guillermo Carmona, el nuevo director de los Industriales, lo ha estado observando de cerca y le ha dado la responsabilidad de ser líder dentro del conjunto con su nombramiento de capitán, en una movida inteligente que ha llamado la atención de los aficionados.
Sus peleas han sido muy controversiales. Criticado por muchos con razón al romper el reglamento disciplinario con acciones que nada tienen que ver con la esencia del deporte, pero alabado por su público que siempre encontró justificaciones para sus actos y lo encaramó en el altar de la entrega a la causa azul al tomarlo como bandera.
“Billy” tiene ahora la posibilidad de redimirse, la vida le ha dado otra oportunidad para demostrar su calidad como pelotero y su madurez como persona. La última bala la tiene en la recámara y ojalá dé en el blanco, para beneplácito de toda esa masa industrialista que pide a gritos el trofeo número trece para sus vitrinas.