Por Boris Luis Cabrera
Apenas unos pocos días restan para el inicio de los Juegos Panamericanos de Lima, Perú. La selección cubana de béisbol va cerrando su periplo por tierras norteamericanas y sólo le quedarán unos partidos amistosos con la escuadra nicaraguense antes de presentar su nómina definitiva a la cita regional.
Los aficionados hacen sus listas, incluyen nombres muchas veces dominados por sentimientos provincianos y dejan fuera sin piedad a ilustres veteranos.
Así es el béisbol en Cuba, en cada ser habita un director de pelota en potencia y cada uno teje sus propias estrategias de juego.
Lo cierto, después de seguir el accionar del conjunto todos estos meses, es que la inmensa mayoría converge en un punto: hacen falta cambios…y urgente.
El nivel del evento regional, ante la ausencia de los Estados Unidos y teniendo en cuenta las nóminas de los conjuntos participantes, es accesible a los criollos dirigidos por Rey Vicente Anglada, mucho más si sabemos que serán reforzados antes de su llegada.
Sin contar a Yurisbel Gracial, Livan Moinelo y Raidel Martínez, hombres que tienen su puesto reservado por derecho; una caballería apostada desde varios rincones del planeta espera con ansias la voz de mando para incorporarse y sustituir a otros que han bajado ostensiblemente su rendimiento o no han podido demostrar su valía.
El cuerpo de dirección del conjunto cubano, a pesar de la gran disyuntiva que tiene sobre la mesa, puede dormir tranquilo teniendo en cuenta que le ha dado la aportunidad a todos de probar sus herramientas e incluso muchas veces de redimirse en situaciones comprometedoras.
Ahora, ha llegado el momento de las definiciones y el interés general debe primar por encima de gustos personales y sentimientos individuales. Debe ir más allá de la confianza que se le tenga a determinado jugador, de currículos históricos, y de juventudes esperanzadoras.
Se acabó el tiempo. En Canadá, México, Japón y en los terrenos del estadio Latinoamericano hay piezas de cambio muy valiosas.
El béisbol cubano necesita una victoria para sostenerse y ganar tiempo hasta que de alguna manera se desenrede ese nudo que lo ata y lo inmoviliza.
No importa si eso perpetúa en el ambiente mecanismos erróneos y tesis añejas; los aficionados lo necesitan porque este deporte lo llevan por dentro, inevitablemente.
Nos vemos en el estadio.