Antonio Baró: «En Industriales las comodidades no son para los recién llegados»

Gian Franco Gil

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Por Aylet Morales Remontarse a la década de los noventa para muchos cubanos significa volver hacia una etapa muy complicada sin embargo, existe algo que nunca desapareció en el archipiélago caribeño, y fue la chispa beisbolera que se notaba en cada uno de los barrios. En aquel momento se practicaba mucha pelota, en cualquier esquina…

Por Aylet Morales

Remontarse a la década de los noventa para muchos cubanos significa volver hacia una etapa muy complicada sin embargo, existe algo que nunca desapareció en el archipiélago caribeño, y fue la chispa beisbolera que se notaba en cada uno de los barrios. En aquel momento se practicaba mucha pelota, en cualquier esquina se jugaba al taco, a la mano o al flojo.

Múltiples fueron las acciones desarrolladas para mantener este deporte dentro de la élite internacional, por lo que conocer acerca de él implica el reconocimiento de todos los logros alcanzados. Pero, también incluye sacar a la luz aquellas historias que delimitan la realidad oculta tras esas glorias.

Antonio Baró Flores es uno de esos niños que nació en esa época donde la mayoría de los padres cubanos querían para sus hijos un futuro ligado con los terrenos de béisbol. “Cuando nací mi abuelo le dijo a mi papá que yo tenía manos de pitcher -cuenta Baró- pero, no fue a lo que me dediqué desde mis inicios.”

El equipo del capitalino municipio Playa le vio atrapar sus primeros rollings y realizar los primeros desplazamientos encima de las bases. Allí aprendió a dominar la posición del short stop estando en la categoría que reúne a los niños entre los siete y ocho de edad.

Cuando pasó a la siguiente (9 – 10) fue convocado por el equipo nacional para participar en los Juegos Panamericanos que se celebraron en Venezuela, evento en el que obtuvieron medalla de plata. Luego asistió a un campeonato destinado a atletas que estaban entre 11 y 12 años, donde confiesa no haber estado en la mejor forma deportiva y ello le dificultó su ingreso a la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) Mártires de Barbados.

No haber tenido una buena temporada fue condicionante para tomar la decisión acerca de su destino, sin importar el acertado desempeño durante las pruebas técnicas que realizaban para determinar las capacidades. Acerca de ello comentó; “las personas tenemos diferentes puntos de vista, y por aquel tiempo quienes se encargaban de seleccionar a los jugadores que compondrían la plantilla de la EIDE determinaron que yo no estaría”.

“Soy una persona hiperactiva y eso es algo que arrastro desde que era niño, siempre estoy buscando algo para hacer. Aunque en relación al deporte soy muy responsable, no recuerdo que en mi niñez y juventud me interesara tener vacaciones, ir a fiestas o a la playa; me gustaba tanto la pelota que mi mayor distracción fue siempre jugar y entrenar béisbol con mi papá”.

Fue justamente esa pasión por este deporte lo que evitó una desilusión, mantuvo su vínculo con los terrenos de béisbol y continuó su curso por el resto de las categorías. Hasta que consiguió integrar las filas del conjunto Ciudad Habana en las competiciones nacionales, cuando aún estaba en edad juvenil. Oportunidad que le sirvió para vestir nuevamente el uniforme del equipo Cuba, en esta ocasión para asistir al Mundial efectuado en Canadá.

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A partir de ese momento vio abiertas las puertas de la Serie Nacional (SNB) para participar como integrante del equipo de Industriales y aunque estar allí era un sueño cumplido confiesa lo complicado que resultó alcanzar una estabilidad. El tener vastas potencialidades no fue suficiente porque en ese tiempo los azules tenían jugadores con rendimientos muy altos.

“Llegué a la nómina, en el año 2010, Industriales había sido campeón en la temporada anterior y cuando eso sucede es poco probable que haya cambios significativos dentro de un equipo. Traté de hacer lo que mejor sabía para llamar la atención de los entrenadores, que en aquel momento estaba bajo el mando de Germán Mesa”.

«Participé en los primeros juegos como relevista por un periodo muy corto, luego las ocasiones disminuyeron, en 90 juegos que tenía el campeonato lancé solo nueve veces. Es doloroso estar en un sitio donde sales a lanzar, te va mal una vez y ponen a otro que le pasa lo mismo, sin embargo, le dan otra oportunidad y a ti no».

Es de ahí donde aparecen esas historias injustas donde los jóvenes atletas son víctimas de malos tratos e indiferencias. Baró es uno de esos tantos que consiguen un puesto dentro del máximo nivel del béisbol y ve sus expectativas esfumarse desde los primeros días.

“Llegar de novato a Industriales es saber que no tienes asiento en la guagua, ni cama en el hotel o que estén repartiendo una jaba con pollo y una lata de refresco y no te toque. No sé cómo funcione en otros equipos, pero yo lo viví de esa manera, donde las comodidades no eran para los recién llegados. Recuerdo haber dormido en todos los estadios en los que se jugaba la Serie Nacional mientras, los demás descansaban en una habitación de hotel”.

En su primera SNB tuvo un total de diez juegos lanzados, de ellos nueve como relevista y un alto promedio de carreras limpias (PCL) permitidas de 21.41. Sin embargo, hubo algo que compensó toda decepción y fue el hecho de lanzar en el Latinoamericano, eso supera cualquier dificultad impuesta dentro del equipo, porque es una sensación muy grande ser el centro ante los ojos de tantos espectadores, relató.

Sensación que no permaneció por mucho, pronto vió su destino tomar un rumbo alejado del que traía como objetivo desde aquellos tiempos cuando su padre era su mejor entrenador. La Liga de Desarrollo era la oportunidad más clara que existía para los jóvenes y esa fue la opción que le designaron.

En su segundo año, SNB 51, estuvo Lázaro Vargas como manager de los Leones capitalinos y trajo con él su colectivo de dirección. Entre ellos dos nuevos entrenadores de pitcheo que sin explicación, no tenían a Antonio Baró entre los lanzadores del equipo. Fue entonces cuando llegó a Metropolitanos y aunque no estaba contento confiesa estar agradecido con los entrenadores que insistieron para que se quedara.

“Con los Metros pude jugar con mayor frecuencia, la rotación era cada cinco días y fue una escuela para mí. Comprendí que todo en la vida es repetición cuando se quiere perfeccionar algo, además, el ambiente era diferente al del equipo azul, allí no había una jerarquía que dividiera a unos de otros, por el contrario todos estábamos muy unidos. El año que estuve ahí gané cinco partidos, perdí dos y como consecuencia de esa actuación regresé la temporada siguiente con los Industriales, donde tuve una mejor experiencia que la primera vez”.

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