Por Frank Tarrau / @Franky_Cuba
Hoy me levanté más temprano que de costumbre a tomar mi café. Contagié a mis familiares mexicanos con la emoción. Mijaín López, una leyenda viviente buscaría hacer lo que ningún otro luchador había conseguido en la historia del olimpismo. El pinareño lo hizo, forjó aún más la mística que lo rodea y volvió a llenar muchas almas cubanas de orgullo y alegría. Pocos lo habían intentado, pero ninguno había conseguido ese cuarto oro olímpico consecutivo en deportes de combate. Mi alegría fue inmensa, ese oro sabía a diamante.
Rato después veo unas declaraciones que ofrece a medios oficiales cubanos. Me dolió profundamente ver al campeón decir que hubo una especie de inventor del deporte cubano, como si las hazañas anteriores a ese personaje no contaran, como si un hubiese existido un Font, Kid Chocolate, Martin Dihigo, etc.
Pasadas unas horas me llega otro video que hizo mi tarde sombría. Por primera vez percibí que el campeón no dominaba los tiempos vistiendo su traje. Algo insólito sucedía. Mijaín se retiró la protección de sus muñecas y después de eso nada fue normal. Esa épica “espontaneidad” con apellido de la que tanto se dice se apoderó del momento:
–Presidente, aquí le tengo a Mijaín– Dijo el funcionario mientras colocaba el teléfono en la mano del campeón.
-Arrímate para acá- Le dijo luego a al gladiador.
Con el brazo extendido Mijaín López sostuvo un artefacto viejo que pesaba más que cualquier mole derribada en sus combates. El teléfono emitía sintaxis de otro siglo. Luego, con voz entrecortada y gris el aparato decreta a quien lleva años alegrándonos -Ponle corazón a Cuba-. ¿Se volvió loco?
Inmediatamente vino lo peor. Algunos mal educados osaron interrumpir al tetracampeón. -Patria o Muerte, Patria o Muerte-, repetían periódicamente para que Mijaín escuchara. No entendía nada. Un teléfono hablaba de poner corazón a mi país y un grupo de personas quería que hablara de muerte.
Aquellos hombres no se aguantaron y terminaron por entorpecer a la leyenda. Era más importante para ellos que se escuchara su chillido que cualquier otra cosa.
Aunque parece una escena profundamente surrealista, los cubanos la podemos entender. ¿En qué momentos nos convirtieron en esto?
Yo seguiré festejando la hazaña de mi campeón. También entendí una vez más la complejidad de lo que padece nuestro país. ¡No nos pueden seguir dividiendo! ¡No nos pueden dejar sin campeones! Los campeones siempre han sido del pueblo y así debe ser. Al pueblo lo que es del pueblo.