Por Juan Páez
El venezolano Miguel Cabrera terminó aquella temporada del 2013 como la estrella que venía siendo: lideró la Liga Americana en average, promedio de embasado, porcentaje de slugging y OPS, disparó 44 jonrones, empujó 137 carreras, ganó el premio al Jugador Más Valioso, fue al Juego de Estrellas y se llevó a casa el Bate de Plata. Fue entonces cuando los Tigres de Detroit quisieron asegurar a su máxima estrella para el largo plazo y garantizar que terminara su carrera con ellos.
Así, pese a que no sería agente libre hasta finalizar la campaña del 2015, le extendieron su contrato por ocho años y 248 millones de dólares (2016-2023). Ese acuerdo no solo lo convirtió en el pelotero con el mejor promedio salarial anual en la historia del juego, sino que también le ofrecía el derecho de rechazar cualquier cambio que lo involucrase. Aparte, incluyó dos opciones del equipo para 2024 y 2025 por $30 millones cada una, que se harían efectivas si Cabrera cerraba el torneo anterior a esos años entre los 10 mejor votados al premio MVP.
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Era una abismal suma que resultaba incluso difícil de asimilar. Era (y sigue siendo) el mejor contrato para cualquier pelotero venezolano en la historia. También, al momento de su firma, fue el segundo pacto más grande en la historia de este deporte, solo superado por Alex Rodríguez y sus $252 millones.
Cabrera siguió su paso de caballo con Detroit. En 2014, si bien “solo” sacó 25 jonrones, dio 191 hits en total y lideró la liga en dobles, con 52. Quedó noveno en el camino al MVP y fue al Juego de Estrellas. El 2015 fue igual, aunque las lesiones empezaron a hacer mella en el slugger: fueron solo 119 juegos, ganó su cuarto título de bateo (.338), se llevó su sexto Bate de Plata y fue por décima vez al Juego de Estrellas.
Sin embargo, cuando su entonces nuevo y multimillonario contrato entró en curso, hubo muy poco de lo bueno. El 2016 ciertamente marcó el principio del extenso acuerdo entre Miggy y los bengalíes, pero también fue el último año que tuvo Cabrera con nivel y producción de estrella.
En aquel año, participó en 158 enfrentamientos, conectó 31 biangulares y sacó 38 pelotas del parque, a la par de 108 empujadas y una soberbia línea de .316/.393/.563.
El 2017, segunda temporada del histórico pacto, marcó el comienzo de la debacle. A Cabrera no lo dejaron en paz las lesiones, factor que se combinó con la edad, y nunca volvió a ser el mismo. Lo resaltable es que, con el uniforme de los Tigres, Cabrera ha redondeado una brillante carrera que lo llevará indudablemente al Salón de la Fama de las Grandes Ligas. En esta temporada, por ejemplo, llegó a los tres mil hits de por vida, mientras que el año pasado lo vimos llegar a los 500 cuadrangulares en su trayectoria.
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Pero el sol no puede taparse con un dedo. Desde el 2017, Cabrera ha promediado únicamente 100 desafíos por temporada, 95 hits, solo 10 jonrones y 49 empujadas, números de un bateador que está lejos de justificar el enorme salario que devenga año a año. Desde esa campaña, Miguel tiene como topes 16 vuelacercas y 75 impulsadas, además de una línea en general de .262/.330/.385, que indica un poder casi inexistente.
A estas alturas, los Tigres todavía le adeudan un año de contrato, el 2023, por el que cobrará nada más y nada menos que 32 millones de dólares. Así Cabrera estará entre los 11 jugadores mejor pagados para el próximo torneo, que probablemente será el último de su carrera, pues es casi un hecho que Detroit no ejercerá la opción por $30 millones para el 2024. Cada turno que tome Miguel el próximo año será un paso hacia el final de una ilustre carrera. Toca disfrutar lo poco que queda.