Un grande que renunció a todo por lo más importante de la vida

Por Yasel Porto 

De esto debo hablar yo, porque si de él y su modestia dependiera nadie más allá de sus amigos se enterarían de su extraordinario ejemplo que confirmó definitivamente sus valores como hijo y ser humano. Es verdad que una madre merece de todo, pero en un mundo tan materialista como el que vivimos no son muchos los que se inmolan como lo hizo este grande del béisbol cubano. 

Si alguien tiene duda que la afirmación de grande es exagerada para calificar al capitalino Rolando Verde Santamaría sin valorar a la altura que amerita sus resultados como jugador y entrenador, a esos les digo que además de ser mi criterio, existen argumentos sobrados que lo respaldan. De todos modos, ahora no me interesa debatir sobre sus cualidades profesionales, pues la esencia del escrito va dirigido a prioridades de la vida en las que se ha portado como pocos. 

Entre 1980 y 1997 el carismático extorpedero y antesalista desarrolló una estelar trayectoria que lo llevó hasta la cima del campo corto a inicios de los ochenta. Fue miembro de la selección nacional en varios eventos de alto nivel y solo una lesión frenó la posibilidad de consolidarse como una súper estrella, gracias a su integralidad e inteligencia que lo mantuvieron como jugador imprescindible en Nacionales y Selectivas casi hasta el mismo adiós del juego activo. Después de su retiro se graduó como licenciado en Cultura Física que dio paso a un nuevo camino tan bueno o mejor que el de atleta. 

Pero cuando la carrera como preparador físico de Verde iba viento en popa, insertado desde principios del actual siglo como uno de los mejores dentro de su función a nivel nacional, el fallecimiento de su hermano lo obligó a dedicarse a tiempo completo a su madre Josefina. Tal situación comprometió la entrega total sobre el terreno que demostraba diariamente con Industriales, en las preselecciones nacionales y en colaboraciones fuera de Cuba, en tanto las nuevas metas y proyectos quedaron en lo que pudo ser. 

Así concluía una etapa en la que después de descollar como preparador de los aguerridos Metros de Eulogio Vilanova, vivió un éxito rotundo con los Industriales de Rey Vicente Anglada, campeones en tres de los siete certámenes en los que Rolando participó como piedra angular del conjunto. Su ascenso como preparador fue tan vertiginoso que nada lo separaba ya de esa función en el equipo Cuba, pero se fueron acumulando varios motivos con el colofón desde 2013 de la mencionada cuestión de salud con su mamá. 

Fueron casi diez años hasta este 2020 en los que renunció a múltiples contratos, mientras tenía que asumir unos pocos por tiempo limitado, solo al principio. Incluso los viajes a provincia también acabaron después de aquella final de 2010 donde fue pedido por el entonces manager Germán Mesa para apoyar directamente a los azules.  

En esta última década participó año tras año en el entrenamiento de Industriales antes y durante la Serie Nacional, pero sin formar parte del roster de los leones por su imposibilidad de salir de La Habana. Sus conocimientos que mezcla los métodos tradicionales con lo más modernos le ganó tanta reputación que figuras extraclases como Germán Mesa, Rey Vicente Anglada, Juan Padilla, Javier Méndez y Lázaro Vargas pidieron su colaboración para conformar estrategias de entrenamiento en sus misiones internas y fuera del país. 

En 2013 desestimó la idea de viajar a Estados Unidos con el grupo de veteranos de Industriales para el homenaje por el 50 aniversario del equipo, y esa fue su misma actitud para trabajar con algunos de los expeloteros mencionados en lugares como México, Panamá, Nicaragua e Italia. 

La respuesta fue la misma cada vez que llegaba un nuevo manager a Industriales, incluido Víctor Mesa, que enseguida consideraban a Verde la primera opción para asumir la compleja función como preparador físico del conjunto. Hasta de jefe técnico lo quisieron poner. El futuro quedó dependiendo siempre de la misma causa de cada NO frente a propuestas, varias de ellas hubiesen generado el interés absoluto de cualquiera.

Rolando Verde (izquierda) junto a varios miembros del proyecto Béisbol de Siempre durante un evento en el estadio Pontón de Centro Habana (Foto Boris Luis Cabrera)

Mas no solo postergó o desechó buenas opciones para trabajar, ganar un mejor salario y superarse aún más como técnico, sino que hasta su misma salud la dejó en un segundo plano. Desde hace mucho tiempo era necesaria una operación en los meniscos por su acrecentada dificultad para correr y caminar, pero siempre dejó a sus médicos en el círculo de espera. 

La vida de este hombre y amigo admirable se convirtió en una rutina que mantuvo durante años, y lejos de mejorar el panorama, la inquebrantable ley natural fue agravandolo hasta llevar al límite ese amor y sacrificio perenne. Del trabajo (Latino o la Ciudad Deportiva) a la casa, de la casa a hacer mandados y en su regreso definitivo al hogar a desarrollar entonces todo tipo de labores con la ayuda de su esposa Bertica, incluyendo las más duras. 

No había chance para fiestas ni salidas para disfrutar. Los pocos momentos de ocio siempre tenían un rango bien reducido, con un férreo control de su reloj para dejar atrás la diversión y volver a casa para darle la comida o acostar a su madre.  

Fui testigo por teléfono y hasta físicamente del trabajo enorme por el que tuvo que pasar en los últimos tiempos donde la salud de su progenitora la hizo dependiente en su totalidad a su abnegado hijo. Los dolores crecieron al máximo, ella en lo físico y mental, mientras Verde se resentía también en su cuerpo y sentimentalmente, pero no protestaba en lo absoluto. Su único sufrimiento era el ver como la persona más importante de su vida se iba despidiendo poco a poco. 

El 15 de octubre fue cuando llegó el momento más desagradable y para el que nadie logra estar listo por mucho tiempo que el desenlace haya estado tocando a la puerta. Lo asumió con lágrimas, sí, pero con la misma entereza y clase de cada turno al bate con ella, despidiéndose de Josefina con average de mil con el bate y con el guante. 

Sintió tanto su partida, que ni siquiera tuvo fuerzas para venir a mi casa y tratar de apartar por un rato su malestar con los juegos de la Serie Mundial de las Grandes Ligas, uno de sus eventos favoritos. 

Ojalá Dios y el destino permitan que todo ese sacrificio se revierta positivamente en su futuro, para que así quien una vez fuera considerado el mejor preparador físico de Cuba regrese al lugar que le corresponde o al menos donde él decida estar en el futuro. 

Su siembra ha sido infinita, pues además de todo lo hecho por su madre también hay que incluir su papel esencial en la recuperación individual de muchos jugadores como Germán, Urgellés, Frank Camilo, Tabares y tantos otros a los que se dedicó con esmero y desinterés para que pudiera recuperarse y volver a brillar con la intensidad de antes. Como también de su preocupación por ayudar a amigos en momentos comprometidos, desde su compadre inagotable William de Jongh hasta el papel esencial que ha estado jugando desde el principio de la enfermedad de Andrés Ayón.  

Y podría hablar mucho más, pero creo que es suficiente para que la gente sepa la admirable razón que frenó la vertiginosa carrera de Verde más allá de sus interesantes intervenciones en programas de la TV como “Bola Viva” y su aporte a Industriales en su preparación y los juegos de home club. 

Cierro pidiéndole disculpas a mi amigo “el chimbo”, como sus colegas de la pelota le dicen de cariño, por haberme tomado la libertad de hablar de su vida y de su ejemplo. Igual sé que por fortuna su carácter no se corresponde en lo absoluto con su apellido, por lo que después de hoy, aún con mi atrevimiento, vivo convencido que voy a seguir estando y con sumo orgullo en el grupo de sus incondicionales. 

El 2020 se va con muchas pérdidas importantes y la madre de un “hermano” forma parte de esos múltiples dolores, y también se va con algo que vale mucho y es la enseñanza que nos ha dejado Verde. Yo diría la última y más colosal, porque lleva tiempo demostrando las virtudes que deben acompañar a un hombre, a un amigo y a un profesional. Ahora su batazo fue más lejos que aquel que contribuyó al título más famoso de Industriales en uno de los juegos más memorables como lo fue el del jonrón de Marquetti en 1986. El que un día se convirtió en estrella dentro y fuera del terreno, ha dado una clase magistral de cómo se trata a lo más grande que tiene uno en la vida, por lo que se deja y se renuncia a todo. Se trata de gratitud y principios, que no importa la época que vivamos siempre deben conservarse para así poderlos demostrar más allá de palabras y recuerdos.

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