Yosimar Cousin, el niño, el héroe, el dueño del jueves

Por Darien Medina Bonilla

No existe límite de edad para tocar la gloria, la necesaria gloria, de moda siempre da igual el pedazo de tierra en donde vivas, la gloria se necesita, para soñar, para creer y para GANAR. Yosimar Cousin lo ha demostrado.

Llega justo el instante de la manera que lo soñaste en voz alta, en el parque del barrio o en la cama mientras todos pensaban que dormías y tú jugabas con los sueños a ese juego final con la pelota en la mano y luces encendidas.

No sabes en que momento dejas de ser un niño o a lo mejor lo sigues siendo y engañas a la gente y quizás a ti mismo. Te lo crees y entonces qué más da, ya estás ahí, vas a jugar un poco.

Han pasado generaciones y grandes nombres del Camagüey,  que nunca sintieron  lo que sientes encima de esa lomita que le dicen box. Jamás tanta gente te ha necesitado tanto, escuchas ese grito que atraviesa a media isla para caerte encima.

Estás sobre la línea que separa el triunfo del fracaso, mamá a lo mejor se tuvo que esconder para no verte, papá tiene que estar ahí, porque al final alguien tiene que vivirlo para tener las palabras justas en el momento de la llamada que vendrá luego de todo esto.

Es mentira, mamá no se ha escondido, las madres nunca lo hacen, ella está ahí, todo el mundo está, es pesado que te cuenten lo que puedes ver con tus propios ojos.

Miras al cielo, suspiras, con tus 21 años deberías de estar en otro lado, en el aula de la universidad, en casa de tu novia o en la esquina del barrio con el reggaetón de fondo para creer que arreglas el mundo, pero NO.

Tienes a Yasiel Santoya delante, es la posible carrera que le ponga fin a la larga y agotadora espera de Matanzas. El estadio vuelve a la vida, el aire sigue y no pareces enterarte de nada. Sientes que juegas en el PlayStation con el socio de toda la vida, y usas esa combinación de botones que lleva al ponche y no fallas, solo que esta vez no ríes.

No termina esto, llega Arruebarruena, son casi las 5 de la tarde, o más, ba,  da igual, el sol toma otro color. El primer lanzamiento es swing en blanco, solo hablas contigo, sigues ahí, eres el dueño, haces el segundo lanzamiento y es un foul por 3ra.

Nunca en el béisbol se está demasiado cerca, eso de que no se acaba hasta que se acaba no fue una locura del gran “Yogi“ Berra.

El siguiente lanzamiento es bola, llega el suspiro, cero sonrisas y la confirmación de que  tus 21 años solo existen en el carné de identidad. Vas de nuevo, y solo tú sabes lo que le ordenaste a esa bola que no tiene deseos de ser golpeada, esas fueron tus órdenes. Swing al aire de Arruebarruena, y sabes que te has hecho de otro pequeño espacio en la historia, y si no, alguien se encargará de recordártelo. El sábado será otro día, pero el jueves, el jueves fue de Cousin.

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